jueves, 31 de agosto de 2017

Sobre brechas (y no son las de género)

forges_140704_algun-dia-hijo-mio-todo-esto-sera-tuyo

Las diferencias de la situación laboral y de los salarios entre varones y mujeres han recibido una atención prioritaria en este blog. Y, aunque todavía son significativas, se han reducido considerablemente; en mayor medida, durante la crisis. Por el contrario, hay otra brecha que no ha hecho más que agrandarse y que no recibe tanta atención en ámbitos académicos, ni parece preocupar mucho en los debates sobre políticas económicas y sociales. Se trata de la brecha intergeneracional que se origina, fundamentalmente, en el elevado paro juvenil, la caída de los salarios relativos de los trabajadores con menor edad y en la concentración de transferencias sociales en grupos de edad más avanzados. Y aunque se trata de un fenómeno que afecta a muchos países (ver, por ejemplo, aquí y aquí), en España es especialmente grave.

La situación laboral de los jóvenes,….

Hay dos tipos de razones por las que la tasa de paro juvenil es más alta que la de los trabajadores de mayor edad. Unas (fisiológicas”) se deben a que los jóvenes sufren un desempleo friccional más elevado porque la transición entre el sistema educativo y el mercado de trabajo requiere tiempo hasta que se encuentra un primer empleo significativo y porque los primeros empleos suelen tener una duración más corta. Por ello, como se observa en el siguiente cuadro, el paro juvenil es siempre mayor y aumenta más durante las recesiones.

u_gaps

u_gapsu_gapsEl segundo tipo de razones (“patológicas”) son el resultado de instituciones laborales que afectan de forma diferente a trabajadores de distintas características. Dada la mayor rotación laboral de los jóvenes, son las instituciones laborales que afectan a la contratación y al despido las que adquieren mayor relevancia a la hora de explicar la brecha intergeneracional de desempleo. No resulta extraño, pues, que sean los países con una legislación sobre protección al empleo más dual/discriminatoria, por la mayor incidencia de la contratación temporal, o donde existen barreras a la entrada en el primer empleo (por ejemplo, salarios mínimos sin distinción por edad), los que registren tasas de paro juvenil más altas (ver, por ejemplo, la situación de España, Italia y Grecia en los gráficos siguientes). Que el aumento de esta brecha haya sido también mayor durante la crisis en estos países confirma (como se analiza aquí) que el problema del paro juvenil es ahora algo más que el resultado de fricciones “fisiológicas” asociadas a las fluctuaciones cíclicas. Y es especialmente grave porque si hay algo que deja cicatrices permanentes en la carrera profesional de una persona es la sucesión de periodos de desempleo y empleo precario al inicio de su vida laboral.

Figure4_1Figure4_2

Existen políticas de empleo diseñadas específicamente para combatir el paro juvenil. Suelen centrarse en programas de formación y de inserción laboral, pero no atacan la raíz del problema (instituciones laborales discriminatorias). No es pues extraño que su grado de eficacia haya sido, si acaso, limitado.

sus ganancias salariales y rentas…

También es hasta cierto punto natural que las ganancias salariales de los jóvenes sean menores que los de la población de mayor edad. En primer lugar, por su mayor rotación laboral y porque muchos de ellos entran en el mercado de trabajo mientras siguen realizando actividades formativas, suelen trabajar menos horas. En segundo lugar, por su menor experiencia laboral, sus salarios por hora trabajada también son más bajos. Lo que resulta especialmente chocante es el derrumbe notable que han sufrido los salarios de los jóvenes durante los últimos años. En cuanto a las retribuciones salariales anuales por asalariado registradas por la Agencia Tributaria, en conjunto disminuyeron un 1,85% entre 2008 y 2015. Pero la caída superó el 25% en el caso de los trabajadores más jóvenes y de casi el 15% en el de los de edades comprendidas entre 26 y 35 años (ver cuadro siguiente). Este fenómeno tampoco es ajeno a la peculiar configuración institucional del mercado de trabajo español que ha favorecido que el ajuste salarial se hiciera fundamentalmente mediante la caída de los salarios de los nuevos empleos y, en mucha menor medida, por la de las retribuciones de los trabajadores que han permanecido en su puesto de trabajo.

table2

Una historia parecida cuentan los datos sobre rentas de familias que proporciona la Encuesta de Condiciones de Vida y Trabajo del INE. Como se observa en el cuadro siguiente, entre 2008 y 2016 la pérdida de renta ha sido especialmente acusada entre la población joven mientras que para los mayores de 65 años se ha registrado un aumento del 14%.

Tabke3

y sus transferencias sociales (en particular, sus pensiones futuras)

Las políticas sociales de sustitución de rentas (prestaciones por desempleo, incapacidad laboral y pensiones de jubilación, entre otras), al estar basadas fundamentalmente en un criterio contributivo (esto es, por requerir un periodo previo de empleo con alta y contribución a la Seguridad Social), generan transferencias sociales que van fundamentalmente dirigidas a las personas de mayor edad. Como se puede ver en los gráficos siguientes, en España, según datos de Eurostat, el porcentaje de población con rentas inferiores al 60% de la mediana de la distribución de rentas después de transferencias sociales (que Eurostat identifica con la población en riesgo de pobreza monetaria) es notablemente superior entre los jóvenes. Además, el impacto de dichas transferencias (excluidas las pensiones) en la reducción del riesgo de pobreza es mucho mayor entre los mayores (55-64 años). La comparación con la EU28 también sugiere que en España las transferencias sociales se dirigen a la población de mayor edad en mayor medida que en otros países.

2graphsCon todo, la principal razón por la cual la brecha intergeneracional seguirá ampliándose hay que buscarla en las pensiones futuras. Por razones demográficas (que se han explicado en este blog numerosas veces, la más reciente, aquí), resulta incontestable que la tasa de sustitución de las pensiones publicas tendrá que reducirse. De hecho, incluso los que (falazmente) niegan tal necesidad proponen medidas (por ejemplo, la limitación en el crecimiento de la pensión máxima) que tienen tal resultado. Así pues, la única discusión pertinente es sobre cómo ha de distribuirse la reducción de la tasa de sustitución de las pensiones públicas dentro de cada generación y entre generaciones. Por ahora, en esta discusión los jóvenes siguen perdiendo por goleada. Y si ellos pierden, todos perderemos.



lunes, 28 de agosto de 2017

27/08/2017 – El Día – Alquileres, comisiones y debate

Esta semana la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó una nueva norma que regula los alquileres. Entre otros puntos, la Ley establece que las comisiones serán pagadas por los propietarios y que las mismas no podrán superar el 4,15% del contrato. Ambas disposiciones dispararon la protesta de las cámaras inmobiliarias que denuncian que la intervención perjudicará a las partes y dañará el negocio.

El debate es pertinente porque hay proyectos tanto en otras provincias como en el Congreso nacional y porque el tema ilustra cómo funcionan los mercados y el impacto que pueden tener las distintas medidas del Estado.

¿QUIEN PAGA REALMENTE LAS COMISIONES?

A simple vista parece lógico pensar que terminará abonando el que la Ley disponga, de manera que la nueva regulación debería abaratar el costo de la vivienda para los inquilinos, al mismo tiempo que reduciría la rentabilidad de los propietarios, dado que ahora son estos últimos los que deben afrontar los costos de la inmobiliaria.

Sin embargo, en la práctica, el dueño intentará trasladarle ese costo al que pretende habitar su propiedad, vía la elevación del precio del alquiler. Así, un departamento que salía $10.000 ahora figurará en pizarra por $10.415. Si el inquilino no tuviera absolutamente ninguna otra alternativa y no pudiera sustituir esa vivienda por otra, pues casi con seguridad el propietario se saldrá con la suya endosándole el 100% de la comisión. Si, por el contrario, hubiera múltiples departamentos de esas mismas características en oferta, entonces en inquilino empezará a caminar inmobiliarias, hasta que alguna de ellas encuentre un propietario lo suficientemente desesperado por alquilar, que esté dispuesto a hacerse cargo del 4,15% que le toca al intermediario.

La clave reside en la dependencia relativa. ¿Quién depende de quién? Si el que alquila no tiene ninguna posibilidad de mudarse a otro lado, quedará rehén del dueño. Del mismo modo, si el propietario no puede alquilarle a otro, será esclavo del inquilino.

En la realidad, una parte de la comisión va a ser trasladada y otra parte acabará siendo absorbida por los propietarios, de modo que no va a cambiar sustancialmente la situación actual, aunque siempre para quien alquila es preferible prorratear su porcentaje en todos los meses que dure el contrato.

Es cierto, no obstante, que por lo general el propietario tiene más poder que el inquilino y por lo tanto ahora las inmobiliarias deberán competir más por captar clientes, lo cual le pondrá presión a la baja a las comisiones de intermediación.

¿FUNCIONAN LOS PRECIOS MÁXIMOS?

El otro tema tiene que ver con el tope máximo de 4,15% que es lo que en la práctica terminará perjudicando a las inmobiliarias, puesto que muchas de ellas le cobraban un 3% a cada punta y ahora deberán conformarse con menos.

La verdad es que como regla general los precios máximos no funcionan porque crean escasez, haciendo que caiga la cantidad ofertada de bienes y suba la cantidad demandada, lo que arroja como resultado menos gente que antes consumiendo el bien; en nuestro caso, menos gente consiguiendo una vivienda en alquiler.

Sin embargo, pueden ser una gran idea cuando el mercado no es competitivo y el precio resultante se encuentra artificialmente inflado, como ocurre en el caso de los monopolios u oligopolios cartelizados.

Es difícil pensar que el mercado de intermediación de inmuebles esté concentrado; existen miles de inmobiliarias y muchos dueños que negocian por las suyas. Pero también es cierto que los comercios se agrupan en cámaras que en la práctica pueden coordinar implícitamente los precios reduciendo la competencia. Algo de eso ocurre en las distintas ciudades del país en las que no es común observar competencia entre las firmas basada en la oferta pública de menores comisiones.

LA UBERIZACION DE LA INTERMEDIACIÓN

Más allá de la conveniencia de la nueva legislación, el mercado inmobiliario deberá aggiornarse para estar a la altura de la revolución en la intermediación que generan las tecnologías de la información.

Hoy los algoritmos de fintech son mejores (y mucho más baratos) que los bancos para determinar el scoring de un sujeto de crédito, al mismo tiempo que los desarrollos de realidad virtual permitirán muy pronto recorrer propiedades, desde el living de nuestras propias casas. Ni hablar de la precisión para encontrarle a cada inquilino su zapato perfecto, que no requiere una tecnología muy distinta que la que usa Tinder para encontrar pareja ocasional o Netflix para saber cuánto nos va a gustar una película que aún no hemos visto.

EL PROBLEMA DE FONDO

Pero incluso cuando las nuevas tecnologías abaraten notablemente los costos de intermediación, quedan dos problemas por ser resueltos para eliminar las barreras de entrada a la propiedad, que en muchos casos son responsables de la proliferación de villas y de otras formas informales de alquiler. Para empezar, es hora de que el propio Estado ponga su parte y reduzca sensiblemente los impuestos que explican un sobrecosto del orden del 5% del contrato. Finalmente, es necesaria una legislación que garantice un desalojo ejecutivo en el caso de incumplimientos en los pagos, para que no sean necesarias las garantías que entorpecen el proceso de conseguir un techo donde vivir. Concomitantemente, un mercado de crédito mejor desarrollado debería servir, como en otros lugares del mundo, para asistir a los inquilinos con problemas de liquidez, ayudándolos a cumplir con los plazos pactados.

fuente. ELDIA.com



martes, 22 de agosto de 2017

20/08/2017 – El Día – Efecto elecciones

Con diez jugadores colgados del travesaño, el arquero sacaba de puntin al lateral, se revolcaba en el barro y sobre el pitazo final atajaba un penal. No, no es el relato de un partido de futbol sino la analogía que mejor describe las peripecias que tuvo que hacer la semana pasada el Banco Central para aguantar el pánico de los ahorristas y evitar que la divisa norteamericana superara los $18.

Apenas cuarenta y ocho horas después, como si la autoridad monetaria hubiera tomado café veloz en el entretiempo, el mercado se dio vuelta y algunos empezaron a conjeturar con que Sturzenegger volviera a intervenir, pero esta vez para que el billete verde no bajara de los $17.

¿Cómo puede ser que en tan poco tiempo los leones hambrientos cambien de opinión y rehúsen la presa que hace instantes los tentaba tanto?

En condiciones normales, el precio del dólar refleja la escasez de moneda producto de los vaivenes del comercio internacional y las inversiones foráneas. Ese precio es una señal que cuando sube favorece la producción indirecta de divisas, toda vez que incentiva la fabricación de bienes que pueden ser exportados y de aquellos que compiten con las importaciones, al tiempo que les indica a los consumidores que deben reducir su gasto en esos productos.

Pero en mercados de capitales poco desarrollados como el nuestro, el dólar acaba siendo la única puerta de acceso a algún tipo de cobertura de riesgo, por lo que el precio de las monedas extranjeras no solo refleja la dificultad para conseguir divisas genuinas, sino la preferencia de las personas como vehículo de conservación de su riqueza. Con acciones y bonos prácticamente inexistentes en el menú del argentino promedio y en un contexto de 70 años de alta inflación, lo poco que se pudo acumular se conserva en la forma de ladrillos, autos y billetes verdes.

 

EL CALENTAMIENTO EN LA PREVIA

Si lo vemos en perspectiva temporal, el dólar estuvo demasiado tranquilo en la primera mitad del año y ni siquiera acompañó la inflación de los primeros meses, generando un atraso cambiario que fue visto por muchos analistas con cierta preocupación. Explicamos entonces que había que acostumbrarse a un peso relativamente fuerte por lo menos por los próximos cuatro años y que ello se debía a que el modelo económico actual presupone un cierre muy gradual del déficit fiscal, que en el ínterin será financiado con deuda externa. Con cerca de 30.000 millones de dólares frescos entrando por año, resulta difícil imaginar que falten billetes, de modo que una apuesta a la dolarización no tiene mucho sentido.

Sumado a eso, el mercado descontaba que nuestro país sería promovido a la liga de mercados emergentes y esa credencial generaría un ingreso adicional de capitales financieros.

Pero en junio Morgan Stanley, la calificadora encargada del ascenso, bochó a Argentina contra todo pronóstico, advirtiendo que no estaba claro si las reformas macroeconómicas encaradas por la nueva administración eran reversibles.

En particular, a los inversores les preocupaba que existieran chances de que medidas como el cepo cambiario o las limitaciones para la movilidad de fondos, volvieran a la agenda de opciones. El lanzamiento de la candidatura de Cristina Fernandez y su rápido posicionamiento al tope de las encuestas, hizo plausible la conjetura.

El dólar empezó entonces a recuperar terreno, sin prisa, pero sin pausa, hasta que en la semana previa a las elecciones el susto se apoderó de los ahorristas y el Banco Central tuvo que vender 1.300 millones para sostener la cotización a raya.

Operaba entonces una suerte de profecía auto cumplida que aceleraba la suba; la gente temía que el dólar se disparara y convalidaba sus temores comprando por precaución. El titular de los diarios del día siguiente confirmaba la hipótesis de los ahorristas, que confiados con el acierto se lanzaban a comprar más.

 

SE DAN VUELTA LAS EXPECTATIVAS

Los precios, tal y como postulan las teorías de los mercados eficientes, normalmente incorporan toda la información disponible y solo se mueven de manera brusca cuando la realidad o alguna información novedosa agarra desprevenido al mercado, y eso fue exactamente lo que pasó el lunes. El resultado electoral sorprendió al propio gobierno y fue música para los oídos de los que temían por la posibilidad de una marcha atrás en materia económica.

El pánico trasmutó en entusiasmo y de pronto los $18 del viernes previo ya no lucían tan baratos. El mercado abrió la semana vendedor y a primera hora del lunes aparecieron ahorristas que ofrecían sus dólares a $17,50 para darle el puntapié inicial a un tobogán descendente que hizo que los que querían desprenderse de divisas apenas consiguieran $17 por billete verde, al cierre del viernes.

La expectativa de un dólar más estable en los próximos meses favorece a la economía por dos vías. En primer lugar, porque genera una mayor preferencia por la moneda local como destino para conservar los ahorros y esa mayor demanda de pesos ayuda a frenar la inflación. En segundo lugar, porque en la memoria episódica de los argentinos la cotización del signo monetario norteamericano ha funcionado como un termómetro que mide la sensación térmica de las crisis, de modo que su parsimonia cambia por la positiva el humor social.

fuente: EL DÍA.com



miércoles, 16 de agosto de 2017

Cuando nuestros ideales fueron suicidados

Nada es tan débil como un ideal. Tan susceptible de ser dado a la muerte con heridas compatibles a las de un fallecimiento natural. Cada verano mueren dos o tres millones de ideales más. De noche en las vías de un tren o en las playas de Cadaqués, qué más da. Si el turismo es la píldora o el viaje que todo ser mortal ha de admirar, la hiperinflación o la enajenación de un régimen se encuentra entre los ídolos que hay que apedrear. Por despreciables. El silencio para todo lo que cumple su función. El ruido para el contraejemplo moribundo que no acaba de expirar. No hay éxito sin oponente al que humillar. Toda oposición se construye sobre cimientos incapaces o defectuosos. En todo caso, siempre habrá un “qué importa todo lo demás”, “no estamos tan mal” o un “todo puede empeorar”. Mas sobre el horizonte nunca falta la expectativa o el reflejo del ideal sin el cual rehusaríamos continuar. Una huelga que consigue hacer plasmar, faltaría más, su reivindicación, una actualización salarial diluida con pérdida de poder adquisitivo en el futuro, eso seguro. Un congreso que en un corto plazo de tiempo planteará un cambio de esquemas, la promesa definitiva de un país y un mundo nuevos. La ausencia de ideales contra los que combatir. Cómo destruir lo que no existe. Quién es pobre, qué sociedad es desigual. Nosotros jamás. En un estado de decepción permanente, bastardos los que vengan a robar la decepción futura. La etiqueta y la aureola de radical para los resistentes, los disidentes. Las razones espurias de sus ideales de justicia, equidad o bondad. Guerra cotidiana de telediarios, realities shows de política, sucesos, economía. Nuestra situación es terrible. Menudo plan. Salvadnos. Somos náufragos. Necesitamos huir. Hacia lo más profundo de vuestra cárcel.

La entrada Cuando nuestros ideales fueron suicidados aparece primero en El Captor.



lunes, 14 de agosto de 2017

13/08/2017 – El Día – Encuestadores y economistas; la ciencia de los pronósticos

El debate empezó a perfilarse hacia mediados de la semana cuando se venía encima la veda electoral y las consultoras de opinión pública replicaban en las redes sociales sus últimas encuestas. Aunque en promedio la mayoría de las mediciones tienen un margen de error estadístico del orden del 3%, las diferencias entre algunas de ellas hacen pensar que están midiendo universos distintos. Por las limitaciones que impone la legislación vigente no podemos mencionar los números concretos en esta columna, pero, por ejemplo, las diferencias entre la encuesta que mejor le da a Cristina Kirchner y la que peor resultado le pronostica a la ex mandataria, son de 8,9%, mientras que en el caso del candidato de Cambiemos hay 11,5 puntos de distancia entre la mejor medición y la más baja. El caso más extremo es el de Massa, puesto que la encuestadora que lo ve mejor parado le asigna 12,4% más de intención de voto que la que peor lo considera. Tanto en el caso de Bullrich como en el del candidato de 1País, el rango de porcentajes es el doble que el que puede ser justificado a partir del margen de error, propio del proceso de muestreo.

Sobre la base de esta inconsistencia, que evidencia en el mejor de los casos mala praxis científica y en el peor una simple adulteración de los guarismos, propuse en Twitter una norma que obligue a las empresas que publican encuestas a aceptar apuestas en contra de sus pronósticos. La idea es muy simple; si Mike Tyson pelea contra la Mole Moli y alguien dice que va a ganar el cordobés, pues que ponga el dinero donde pone la boca y acepte una apuesta de todos los que piensan que el moreno tiene las de ganar. Con ese mecanismo, cualquier empresa que sistemáticamente erre, quebraría y saldría del mercado.

Ni lento ni perezoso, uno de los mejores consultores del país, el Sociólogo Ricardo Rouvier quiso retruco y propuso que la regla también nos incluyera a los Economistas.

ESTIMADORES Y PRONOSTICADORES

Prima facie, el desafío tiene sentido. En nuestro rubro también hay intereses y cuando se nos pregunta cuanto creemos que por ejemplo será la inflación o el crecimiento, los pronósticos se distancian sobre la base de honestas diferencias en cómo piensa cada uno que funciona la economía, pero al mismo tiempo operan razones que están más del lado del capitalista que le paga el sueldo al consultor, que del de la ciencia.

Sin embargo, en esencia se trata de fenómenos distintos. Lo que hacen los encuestadores es estimar un parámetro poblacional a partir de una muestra; o en castellano: usar las leyes de la estadística para inferir cuanta gente respondería de una manera si pudiera preguntársele a todos, basándose en las respuestas de un puñado de personas elegidos al azar.

Los Economistas también hacemos una cosa similar cuando por ejemplo estimamos la tasa de desempleo sobre la base de una encuesta de hogares representativa de todos los aglomerados urbanos de más de 100.000 habitantes, o cuando calculamos la inflación del mes pasado, con un relevamiento de una muestra de comercios elegidos de manera aleatoria.

Pero sospecho que a los que se refería Rouvier era más a los pronósticos, que a las estimaciones.

En ese sentido, un Economista es más parecido a un Meteorólogo que a un Encuestador. Del mismo modo que alguien que estudia la formación de tormentas, nosotros usamos modelos, que son simplificaciones teóricas de la realidad, para calcular los cambios que ocurrirán en las principales variables, como así también su trayectoria en el tiempo. Y así como les pasa a los científicos del tiempo, erramos. La clave, por supuesto, es que no lo hacemos de manera sistemática, sino que en promedio son más las veces que acertamos y por eso se nos sigue consultando. Nuestra principal fuente de error está dada por las limitaciones de los modelos que usamos para captar toda la realidad. La simplificación nos permite comprender, pero pagamos un costo por entender la realidad; nos equivocamos cada tanto, cuando ocurre algo que no estaba en el modelo.

Por supuesto, también puede existir un error sistemático, cuando analizamos la realidad con un modelo que no la representa, que una y otra vez fracasa en captar sus rasgos más salientes.

Sin perjuicio de esas diferencias, hasta acá, un mercado de apuestas para los pronósticos de los economistas funcionaría más o menos igual que mi propuesta para los encuestadores y, de hecho, esa es la base de los mercados de capitales.

Pero hay una segunda diferencia, que es aún más importante. Si el vigía de un barco pronostica la colisión contra un iceberg, el capitán puede salvar la nave, cambiando el rumbo. A la postre, a nadie en su sano juicio se le ocurriría atribuir al vigía el error de haber anticipado una colisión que no ocurrió. Los pronósticos de los economistas son usados para guiar el timón de las decisiones de empresarios y políticos, de un modo similar a los del vigía de un barco. Sin embargo, pocos consideran el cambio del rumbo como consecuencia de ese pronóstico y por lo tanto muchos acusan al Economista cuando la colisión pronosticada no ocurre.

Es cierto que puede argumentarse que las encuestas también tienen el poder de cambiar la decisión de muchos votantes y de hecho esa es la principal razón que justifica la sospecha sobre su eventual manipulación. Pero paradójicamente, si hacemos que mentir sobre el iceberg cuesta plata, solo los honestos estarán dispuestos a irse literalmente al carajo.

fuente: EL DIA.com



lunes, 7 de agosto de 2017

06/08/2017- El Día – Economía electoral

En 1992, en plena campaña por la presidencia de los Estados Unidos, James Carville, el Duran Barba del entonces gobernador de Arkansas, Bill Clinton, puso de moda una frase que desde ese momento aparece una y otra vez, siempre que el contexto electoral lo amerita; “Es la economía, estúpido”.

Los científicos políticos Cesar Zucco y Diana Campello, de la Universidad de Princeton han demostrado que un índice de buenos tiempos económicos, que básicamente pondera el nivel de las tasas de interés y los precios de los principales commodities, es suficiente para explicar buena parte de los resultados electorales de 18 países de América Latina en los últimos 30 años, al punto tal que cuando el viento de la economía internacional sopla a favor, el candidato oficialista tiene hasta un 51% más de chances de ganar una elección.

En Argentina la relación no es lineal. Por ejemplo, Menem ganó la elección de 1995 en medio del efecto Tequila y perdió las de 1997, cuando la economía ya había recuperado el crecimiento.

Es acertado recordar que el oficialismo fue derrotado en medio de la crisis internacional de 2009 y que Cristina consiguió el famoso 54% cuando la economía había retomado la senda de las tasas chinas en 2011, pero también es verdad que en 2015 la economía se había recuperado de la devaluación de 2014 y aun así no le alcanzó al orden establecido para parar el cambio.

LAS EXPECTATIVAS PESAN MAS

El impacto del factor económico es innegable, sin embargo, todavía más relevante resulta la percepción de la gente sobre la situación de la economía. De algún modo, en las urnas, la sensación térmica de la calle le gana al número duro.

Quiero ser claro en este punto. No estoy diciendo que la realidad no sea importante para las políticas públicas o para la propia economía, sino que más bien lo que estoy planteando es que a la hora de tomar una decisión tanto en el rol de consumidor como en el de ciudadano, las personas primero se forman representaciones mentales de los costos y beneficios de cada acción. En la realidad nadie anda con un Excel en la mano, cargando los datos de PBI, IPC del INDEC, o cantidad de robos denunciados en el último mes, antes de tomar una decisión de compra de un producto o elección de un candidato.

Lo que hace en cambio la gente es considerar su percepción del nivel de actividad, de la inflación y del nivel de inseguridad.

De poco sirven los datos de crecimiento si la gente no los siente, o el frenazo estadístico en los precios si la suba del dólar está asociada en el imaginario social a un festival de remarcaciones.

Ojo; lamentablemente, cuando se habla de percepciones mucha gente recuerda la necedad de Aníbal Fernández ignorando el problema real de la inseguridad y atribuyéndoselo a una mera sensación. Pero lo cierto es que si queremos explicar los comportamientos sociales estos están necesariamente mediados por la percepción de los sujetos que actúan en ella.

PERCEPCIONES

A propósito de percepciones, la gente de la Universidad Di Tella releva todos los meses la confianza de los consumidores en una encuesta de 1200 casos representativa de todo el país y el análisis estadístico de esos datos muestra que explican el 66% de los cambios en la imagen del presidente, desde Duhalde hasta Macri.

Para ponerlo en otros términos, podríamos decir que la percepción sobre el estado de la economía es dos terceras partes de la elección y que queda otro tercio que depende de factores políticos, que incluyen la ideología, los candidatos, las campañas, etcétera.

Cuando se cotejan esos mismos números con los resultados electorales, la relación es un poco más débil, porque la traducción de imagen a voto no es estricta, sino que aparece mediada por otros factores. No obstante, la ecuación de regresión lineal, usando como insumo el último dato de confianza de los consumidores a nivel país, arroja una estimación de 34,4% de los votos para el oficialismo en la elección del domingo próximo.

Pero el otro aspecto interesante de este indicador de “sensación térmica” de la economía es que la percepción de la gente que vive en el interior es mucho mejor que la de los que habitan el gran buenos aires, algo que por otro lado es esperable en tanto y en cuanto el conjunto de políticas del nuevo gobierno han favorecido más a las regiones productivas del interior, al tiempo que los aumentos de tarifas y la destrucción del empleo industrial han calado más hondo en el Gran Buenos Aires.

Usando en la fórmula de estimación de votos los datos de confianza de consumidores del interior, Cambiemos podría sacar 37,6% pero caería al 32,2% si pronosticamos a partir de los niveles más bajos de confianza que se registran en el Gran Buenos Aires.

Por supuesto; nadie está diciendo que ese vaya a ser el número de las próximas PASO, porque como hemos mencionado, hay factores políticos que también pesan, pero esos parámetros pueden ser tomados como referencia del nivel de votos al que puede aspirar el oficialismo como consecuencia de la situación económica. Cada punto por encima será un triunfo del ala política del Gobierno, mientras que si el resultado final está por debajo los estrategas de campaña tendrán que dar alguna explicación adicional.

fuente: EL DIA.com



martes, 1 de agosto de 2017

29/07/2017 – La verdad sobre el impuesto a la renta financiera



30/07/2017 – Clarín – La gran oportunidad de reformar las relaciones laborales

El taller rebalsa de autos y el mecánico que peina unos 60 abriles malgasta su tiempo en una versión automotriz del Tetris, aquel juego furor de los 90 en el que había que hacer calzar las piezas geométricas en una suerte de rompecabezas dinámico que acumulaba volumen a medida que el estrés, o la mala praxis, erraban la mejor ubicación. “Mirá como tenés el boliche, ¿por qué no tomás un pibe para que te ayude?”, se me ocurre preguntarle.

Me lanza una mirada que por momentos parece sobradora y de a ratos destila resignación. Fuma una pitada que llega hasta el filtro. La mueca acusa el recibo del alquitrán y la colilla termina debajo de la suela de una de esas botas como las que usan los operarios que abren zanjas para las empresas de electricidad.

“Sabes que pasa, pibe,- me elogia- cuando yo empecé, laburabas de aprendiz dos años y con suerte te pagaban para un sanguche en el almacén de la esquina. El primer mes barrías, luego te daban una pieza para cepillar y recién al cabo de un tiempo bajabas a la fosa… siempre mirando. Hoy los pibes quieren cobrar de movida y me parece bien, pero a los tres meses les pinta otra cosa y te dejan de garpe. Ahí empezas a rezar, porque si se les cruza un abogado amigo te piden guita, como si vos los hubieras rajado. Y no los arreglas con cinco lucas. Ni hablar si se lastiman.

No importa la realidad, importan las percepciones Es probable que el relato sea exagerado. Aunque con motivo del reciente conflicto por el cierre de la planta de PepsiCo en Florida, recibí una catarata de mensajes por las redes sociales de empresarios pyme que me contaban historias parecidas. El denominador común era una mala experiencia en el manejo de recursos humanos y una reluctancia a volver a intentarlo.

Muchos trabajadores relatan otra crónica en la que son sometidos a contratos que dibujan media jornada bajo la apariencia de una relación de tiempo parcial, por el mínimo de convenio, o que directamente sufren la calesita de un empresario que explota, en todo el sentido de la palabra, las ventajas legales de los períodos de prueba. Incluso algunos sacan provecho de la vulnerabilidad de estudiantes extranjeros que no tienen permiso de la ley para trabajar mientras dura su beca.

No importa tampoco que esa no sea estrictamente la realidad, ni que se trate en todo caso de la norma prevaleciente en un sector particular, difícil de generalizar.

La gente no toma decisiones con el Excel, ni consultando expedientes en un tribunal de Derecho del Trabajo. Por el contrario, tanto los empresarios como los potenciales laburantes resuelven a partir de sus expectativas sobre los costos y beneficios que cada acción podría reportarles.

Más aún, cognitivamente hablando, procesan la información relevante formando representaciones mentales y cayendo victimas del sesgo de disponibilidad, que es el responsable de que creamos que un evento es mucho más probable, si es que conocemos casos concretos que facilitan esa representación.

En la medida que los empresarios crean que las eventualidades que pueden surgir en una relación laboral son costosas, harán lo posible por no contratar y solo lo harán cuando la ecuación de pérdidas y ganancias potenciales esté muy a su favor, generando un nivel de empleo sub óptimo y al mismo tiempo, salarios más bajos.

Lo mismo ocurrirá con la oferta de trabajo. Toda incertidumbre respecto de la evolución de las condiciones y su cumplimiento por parte del empleador, hará que los trabajadores estén dispuestos a menores niveles de compromiso.

El truco pasa por encontrar tecnologías institucionales que aporten certidumbre, protegiendo simultáneamente a las dos puntas del contrato.

Los ejes de una reforma necesaria Al problema de la nebulosa hacia delante, que les impide pensar en firme a trabajadores y empresarios, se suman dos grandes temas que se cuelan en los debates por las paritarias y quedan eclipsados por la discusión salarial: la productividad y el presentismo.

Está claro que todo el mundo tiene derecho a enfermarse y que está en el propio interés de la empresa que nadie se presente al puesto en condiciones subóptimas, no solo por las posibilidades de contagio al resto, sino por el descenso en la efectividad y eficiencia de la tarea que se produce por un cuadro clínico, que incluso puede aumentar las chances de un accidente que empeore aún más las cosas.

Pero también es evidente que no es matemáticamente posible que las dolencias ataquen con mayor virulencia cuando se acerca el fin de semana, o el lunes siguiente, cuando se debe retomar la tarea.

El Ministerio de Trabajo lleva un registro minucioso de los índices de ausentismo por distintas causas en cada rama de la actividad, de modo que es fácil detectar un comportamiento al menos sospechoso cuando, como ocurre por ejemplo entre los docentes de escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires, el promedio de faltazos triplica al que se observa en la educación privada.

Una solución posible es limitar la cantidad de días pagos por enfermedad, permitiendo que cuando alguien se ausenta más allá del promedio de cada actividad, obtenga en todo caso una especie de licencia sin goce de haberes. Otra posibilidad es que se compute el salario mensual teniendo en cuenta el presentismo mediano, o sin considerar los meses de mayor y menor ausentismo, por mencionar dos ejemplos posibles, de modo que cada uno perciba un salario que esté en sintonía con su comportamiento más habitual, evitando que las excepciones atribuibles a una enfermedad afecten el salario.

El tema de la productividad es el más interesante, porque en la práctica implica cumplir con el artículo 14 bis de nuestra Constitución, cuando pide que las leyes aseguren a los trabajadores la participación en la ganancia de las empresas.

El problema es que, si el salario final tiene un componente atado a los resultados empresarios, por fuerza será más volátil y el trabajador acabará asumiendo parte de los riesgos empresarios.

Por eso lo ideal es que existan métricas de rendimiento que puedan ser acordadas a nivel de cada rama productiva, de manera tal que exista un premio toda vez que los trabajadores cumplen con los objetivos de producción, independientemente de la ganancia o pérdida de la empresa.

Un mismo zapato para todos, no Por último, el reciente informe de generación del ingreso del Indec acaba de ponerle números a la heterogeneidad laboral.

Servicio doméstico lidera la informalidad con solo 411.000 de 1.611.000 trabajadores en blanco. Comercio, el rubro que más empleo genera, tiene 652.000 informales y 1.612.000 trabajadores no asalariados. El campo, con 532.000 personas sin papeles, y la construcción, con 453.000 obreros por fuera de la ley, completan el póker negro.

Cualquier reforma que busque crear más empleo y blanquear el que está, debe tener una formula distinta para cada uno de estos sectores, porque los determinantes de la demanda laboral son muy diferentes.

Pero como propuesta general para pymes y personas físicas que contratan hasta 10 trabajadores podría pensarse en un monotributo laboral que cierre la responsabilidad futura del empleador sobre cualquier eventualidad y al mismo tiempo proteja al laburante con un seguro de desempleo, una ART y seguridad social.

fuente: CLARÍN.com



30/07/2017 – El Día – ¿El dólar ya es mayor de edad?

El cuento de la rana y el agua caliente es un clásico en psicología de la percepción. Si se mete uno de esos animalitos en una olla y se la pone al fuego, la pobre anfibia muere porque su cuerpo se va habituando a los cambios graduales en la temperatura. Si, en cambio, se calienta el agua primero y se trata de introducir al animal, lo que sucede es que la rana salta y salva su vida. La moraleja es que la percepción es un fenómeno de contrastes y que la selección natural nos diseñó favoreciendo nuestra reacción ante cambios bruscos, pero sin premiar nuestra capacidad para notar diferencias apenas perceptibles, incluso cuando estas se acumulen con el tiempo.

Esta semana quedó demostrado con el precio del dólar, que, aunque subió en el año lo mismo que la inflación, tiene a muchos en vilo porque, aunque había estado calmo, e incluso bajando en los primeros meses del año, subió de golpe y acumula una escalada del 15% desde mediados de abril.

La verdad, que desde la planilla del Excel no hay nada de qué preocuparse. Es normal y deseable que el dólar no sufra cambios en términos reales; esto es: que no suba ni baje demasiado en relación al resto de los precios de la economía, salvo que se produzca un cambio en los factores fundamentales que determinan la escasez de divisas de la economía.

Pero eso en el Excel. En la realidad la gente se pone nerviosa porque en la memoria episódica de los argentinos siempre que el dólar sube de golpe es causa o consecuencia de una crisis. Y aunque es probable que en términos relativos el dólar todavía esté barato, sobre todo en comparación con el resto de los bienes, la percepción de esos $18 no es la misma si se llega despacito, pasito a pasito, que si se arriba a ese valor en poco tiempo. Y en economía lo que importa son las percepciones, no la realidad.

 

¿CAMBIAMOS?

Hay dos sentencias que están grabadas a fuego en el imaginario popular; la primera de ellas sostiene que “toda devaluación se traslada a precios” y la segunda reza que “gobierno que devalúa pierde las elecciones”.

Respecto al efecto inflacionario hay que recordar que en las devaluaciones del 2002, 2009 y 2016 el traslado a precios fue más bien moderado. Es cierto que en la salida de la Convertibilidad hubo 42% de aumento del IPC, pero el dólar había subido un 300%. Lo mismo puede decirse del episodio más reciente; es verdad que hubo 41% de inflación en 2016, pero la inflación tenía un piso inercial del 25% y hubo 6 puntos adicionales del tarifazo, de modo que solo 10% puede ser atribuido a la devaluación del 60% que se produjo como consecuencia de la salida del cepo, en un contexto en el que también se bajaron retenciones de materias primas alimenticias. Por otro lado, el traslado a precios depende mucho de la inflación que existe al momento de la devaluación y todos los países de Latinoamérica que bajaron la inflación desacoplaron los precios de las peripecias del dólar.

Lo concreto es que, aunque el dólar viene subiendo sin prisas, pero sin pausas desde mediados de abril pasado, los precios no están acusando recibo y de hecho la inflación de los últimos dos meses fue de 1,3 y 1,2% respectivamente. Esa es una de las razones fundamentales por las que el Banco Central insiste en su tesitura de no intervenir en el mercado de cambios, aún contra la súplica de toda el ala política del gobierno. Si logra demostrar que desacopló los precios internos del dólar, la autoridad monetaria obtendría un triunfo espectacular y el gobierno podrá adjudicarse el mérito de haber producido un cambio estructural clave para recuperar la moneda y bajar la inflación.

Una cosa similar ocurre en materia política. Si a pesar de la trepada del billete verde a Cambiemos le fuera relativamente bien en las elecciones, quedaría demostrado que la política monetaria y cambiaria puede ser absolutamente independiente del ciclo político, lo cual sentaría un gran precedente en contra de la manipulación electoral del tipo de cambio.

Mi sensación es que es más probable que el Central se anote un punto en el desacople inflacionario y no en el político. No obstante, el viernes sometí estas sentencias en la forma de interrogantes, en una encuesta por Twitter y los resultados fueron exactamente opuestos a mis creencias. Un 67% de los 3.879 respondentes dijeron que creían que la devaluación se iría al menos parcialmente a los precios, mientras que un 62% pensaba que un gobierno podía ganar de todos modos una elección a pesar de los aumentos del dólar.

 

¿COMO SIGUE LA PELICULA?

Lamentablemente no hay modo de saber lo que ocurrirá con el dólar luego de las elecciones. Si los economistas tuviéramos la capacidad de ver el futuro seríamos todos millonarios. En la medida que el billete habite el vecindario de los 18 pesos no imagino tampoco intervenciones de la autoridad monetaria, porque después de todo ese es el valor que el propio Gobierno preveía en su proyecto de presupuesto para este año.

La gran incógnita es que pasaría si el oficialismo sufre un fuerte revés electoral en agosto y la incertidumbre se apodera de la calle. El Banco Central tiene 47.513 millones de balas para enfrentar cualquier corrida y poner el dólar donde tenga ganas. Si no interviene es porque entiende que lo mejor es que el precio refleje todas las expectativas. Veremos si sostiene su prescindencia.

fuente: EL DIA.com