viernes, 29 de junio de 2018

Salarios, desigualdad e innovación: el debate que necesitábamos

En este blog llevamos muchos años pidiendo normalizar la subida de salarios. Por eso me ha generado tan buena sensación el acuerdo que los sindicatos y los empresarios están a punto de firmar. El otro día fui a ver a mi amiga Yolanda Valdeolivas a su toma de posesión como secretaria de estado de empleo y dijo que la prioridad era recuperar la negociación colectiva, que había quedado tan dañada desde que se aprobó la reforma laboral del PP en 2012. Por lo tanto, el acuerdo va en sintonía con el mensaje del nuevo gobierno, lo cual le da más legitimidad.

La subida del salario mínimo se mantiene con buen criterio

También se ha anunciado la subida del salario mínimo. La prioridad era crear empleo. Pero la subida del salario mínimo afectará a varios millones de trabajadores españoles, los más afectados por la precariedad, la reforma laboral y la crisis. El Psoe, liderado por Javier Fernández, ya forzó la mayor subida de salario mínimo en 2016 del 8%, Rajoy volvió a subirlo en 2017 y Pedro Sánchez, con buen criterio, mantiene esa tendencia.

 

En el gráfico anterior se observa cómo los márgenes empresariales han subido desde 2012 y las empresas pueden soportar esta subida, en media. El problema son las que están por debajo de la media. La clave es que tengan mecanismos de flexibilidad tanto en las leyes como en los convenios para no entrar en pérdidas.

Pero a medio plazo, como explico en mi nuevo libro De la indignación a la esperanza, las empresas deben adaptarse a los cambios que han producido la globalización y la revolución tecnológica y entrar en proceso de innovación, mejora de marca, mejor posicionamiento en mercados en crecimiento, mejor gestión del talento y el capital humano, etcétera. 

De momento disfrutemos del nuevo debate sobre salarios y desigualdad y centremos ahora el foco en el debate sobre innovación y mejoras de gestión de las empresas españolas, especialmente de las pymes, donde los salarios medios siguen siendo la mitad que en las empresas grandes.

 

blog josé carlos díez

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jueves, 28 de junio de 2018

Economía y Filosofía

El pasado 7 de mayo tuvo lugar en la UNED un seminario titulado “Philosophy of Economics: 20 years is nothing”, con la excusa de los veinte años cumplidos desde que Uskali Mäki se unió al grupo de investigación liderado por Jesús Zamora y David Teira. Tuvieron la amabilidad de invitarme a presentar una charla en la que intenté hacer una lista de los temas en los que la Economía ha podido y puede influir en la Filosofía. Presento en esta entrada un resumen, pero antes convienen unos avisos para evitar malentendidos. La lista no es exhaustiva, solo contiene los temas que me resultan más familiares. Tampoco sostengo que esas influencias vengan exclusivamente de la Economía, aunque yo sí las haya filtrado desde ella. No sostengo que la Economía haya solucionado esos temas (aunque creo que alguno, sí), solo que ayuda a plantear mejor las preguntas y a orientar la discusión.

Altruismo vs egoísmo.

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¿Cómo distinguir el altruismo del egoísmo? Si yo ayudo a una persona, lo hago porque quiero. Pero entonces, ¿no estoy obedeciendo a mis propias preferencias y, por tanto, siendo egoísta? La Filosofía estudia estas cuestiones, conocidas como Egoísmo Psicológico. Uno de los primeros economistas que más ha influido sobre el uso de preferencias sociales, Gary Becker, usa modelos en los que la utilidad de un individuo (p.e., un padre) depende de la utilidad de otro (p.e., una hija). En el rigor de la Teoría Económica, las preferencias pueden escribirse como Upadre=Upadre(Xpadre,Uhija(Xhija)), es decir, como una función que depende de una serie de variables recogidas en Xpadre y que afectan directamente la utilidad del padre y de otras recogidas en Xhija que afectan indirectamente a través de Uhija(Xhija), la utilidad que reportan a la hija. De esta manera el padre tiene incentivos a dedicar recursos a la hija. Podemos discutir o no si eso es altruismo, pero lo que más importa es que es posible hacer esa distinción de manera operativa definiendo como egoístas las acciones para aumentar los valores de Xpadre y como altruistas las que aumentan Xhija.

Argumentos circulares

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Podemos ir más lejos y decir que la utilidad de la hija depende también de la utilidad del padre: Uhija=Uhija(Xhija, Upadre), con lo que hay una circularidad en las definiciones. La utilidad del padre depende de la de la hija, que depende de la del padre,… ¿Es posible definir utilidades de esta manera? La respuesta es afirmativa en muchos casos. El modelo permite que la circularidad sea solo aparente, y que muy a menudo no sea distinta de la de un sistema de n ecuaciones con n incógnitas o de encontrar un punto fijo en una correspondencia. Esta idea cobra nuevas dimensiones en la Teoría de los Juegos para encontrar puntos de equilibrio en las decisiones estratégicas, tal como propuso John Nash. Las especulaciones filosóficas sin el rigor de un modelo formal puede llevar a pensar que hay efectivamente una circularidad en la definición de un problema cuando esta es solo aparente.

Superracionalidad

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La primera reacción ante el juego del dilema del prisionero suele ser de incredulidad. No puede ser que ambos presos confiesen sabiendo que eso los lleva a varios años de cárcel, cuando no confesar les deja libres tras solo unos meses. Es cierto que si uno confiesa y el otro no, el que confiesa sale libre por ayuda a la justicia y el que no confiesa se queda todavía más tiempo en la cárcel, pero si ambos razonan igual parece que deberían concluir que, estando en la misma situación, lo que es mejor para uno también es lo que es mejor para el otro (esto sería la superracionalidad que proponía Douglas Hofstadter). La Teoría de Juegos, sin embargo, deja claro que en ese razonamiento hay un error lógico equivalente al igualar dos variables antes de realizar los cálculos en un problema de optimización en lugar de observar que las dos variables simplemente se igualan después de realizarlos en dos problemas de optimización independientes, y que el resultado de estos segundos problemas no tiene por qué ser igual que el del primero. Es decir, que el equilibrio de Nash muestra que el argumento “si todos pensaran como tú” no es tal.

El imperativo categórico

“Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal” es el imperativo categórico que Kant cree poder deducir de la razón. Presenta cuatro problemas: (i) es demasiado impreciso como para ser operativo, (ii) no está deducido de la razón, (iii) distintas personas pueden tener distintas preferencias sobre cómo deben ser las leyes universales y (iv) seguir el principio puede no constituir un equilibrio (véanse aquí varias referencias sobre el dilema del prisionero y la moral). A pesar de que, con su idealismo, Kant concluía una moral contraria a los derechos de las mujeres, homosexuales, bastardos y sirvientes y en contra de ciertas prácticas sexuales, se tiene en gran estima su intento de buscar una moral universal basada en máximas categóricas. Véase el contraste con la poca simpatía que suelen generar los utilitaristas. Estos deducían posiciones contrarias a la esclavitud y a favor de los derechos de las mujeres y los homosexuales; pero como la deducción podía no ser tal si nuestras preferencias fueran las de las hormigas o los psicópatas, su método parece inferior por no ser absoluto. En otras palabras, su método no gusta por ser falsable, como debe ser todo en ciencia, es decir, en pensamiento ordenado.

¿Homo homini lupus o buen salvaje?

Serán los estudios sobre cómo nos condicionan los factores sociales, genéticos o ambientales los que nos darán pistas acerca de por qué somos como somos y cómo de maleable es esta manera de ser. La Economía muestra, además, cómo un mismo tipo de comportamiento puede dar lugar a resultados muy distintos según el contextos. Así, el egoísmo puede se domado y dar buenos resultados en mercados competitivos y llegar a resultados nefastos en el dilema del prisionero. Una aproximación descuidada a estos y otros casos puede dar lugar a conclusiones equívocas sobre la naturaleza y la conducta humanas.

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La lista sigue, pero el espacio para esta entrada, no. Quedan temas como el velo de la ignorancia (del que hablé aquí), los teoremas de caracterización y de imposibilidad (aquí), la libertad y el libre albedrío, las ideologías y el papel de las preferencias y las restricciones, la distinción entre fines y medios o entre consecuencias y principios, el debate entre naturaleza vs crianza (aquí), el problema de la causalidad, la utopía frente al second best, los errores tipo I y tipo II en las políticas sociales y las paradojas lógicas que se resuelven bien con un poco de Teoría de Juegos o de probabilidad bayesiana. Quedan para otro momento.

Disfruten del verano.



martes, 26 de junio de 2018

24/05/2018 – El Día – El sesgo retrospectivo en la economía y los deportes

Que en Argentina somos todos técnicos no es ninguna novedad. También somos todos economistas; acá un taxista sabe lo que son las Lebac y hasta hace no mucho tiempo te discutían la activación de la cláusula RUFO (rights upon future offers): un principio del Derecho financiero internacional que muchos estudiantes de Harvard no manejan con tanta precisión, pero que se puso de moda por estos lares cuando se discutía el pago a los buitres.

En 1814, en el valle de Katmandú, Nepal, una expedición de 2500 soldados financiados por Inglaterra fue masacrada por 12.000 gurkas, dando inicio a un conflicto que se zanjó dos años después con la firma del Tratado de Sagauli. Ciento sesenta años después, esa historia fue usada por el Profesor Baruch Fischhoff para investigar hasta que punto el conocimiento sobre el resultado de un evento nos hacía pensar que sabíamos de ante mano que así ocurriría.

Este Profesor de Teoría de la Decisión en la Universidad de Carnegie Mellon, hizo un experimento en el que le dio a 100 estudiantes cuatro escenarios posibles para que juzgaran cual era la probabilidad de que ese conflicto hubiere terminado de tal o cual manera. Las posibilidades incluían la victoria de los ingleses, la de los gurkas, la firma de un acuerdo que ponía fin a la violencia y, por ultimo, el mismo acuerdo pero que esta vez no lograba frenar las hostilidades.

El truco es que al 50% de los estudiantes se les informó el resultado final de antemano, aunque se les pidió que de todos modos ponderaran, con la información provista en el texto, las probabilidades de que el conflicto acabara en cada uno de los cuatro escenarios planteados. El hallazgo de Fischhoff es que, con el diario del lunes, los estudiantes asignaban el doble de probabilidad al resultado que se les había indicado como el que efectivamente había ocurrido, en relación a lo que pensaba la otra mitad de los alumnos que no tenía el conocimiento sobre el desenvolvimiento eventual de la disputa.

 

EL SESGO RETROSPECTIVO EN LA PRACTICA

Vamos ahora a Rusia; son las 16:10 del jueves 21 de junio, hora argentina, Gabriel Mercado disputa una pelota con el croata Ante Rebić, entrega un pase atrás al arquero y Willy Caballero se dispone a jugar con el pie, como lo viene haciendo de manera habitual desde el inicio del torneo, buscando un compañero, sin revolearla a la estratosfera, como el manual ortodoxo le exige a los porteros. Paremos ahí.

Obviamente todos sabemos como terminó la película, pero tratemos de ser justos con el guardametas del Chelsea. ¿Cuan probable cree usted que era que el sombrero que intentó Caballero, acabara en tragedia? A juzgar por los comentarios que venimos escuchando en los últimos días, no podía haber terminado de otra manera; es más: todos la vieron venir, todos incluso lo habían anticipado.

 

AHORA SOMOS EMERGENTES

Horas antes de la derrota albiceleste, se vivía un clima de euforia en los mercados. El miércoles 20 se había aprobado formalmente el acuerdo por 50.000 millones de dólares con el Fondo Monetario y Morgan Stanley había reclasificado a la Argentina como mercado emergente, volviendo a nuestro país al radar de los inversores internacionales después de purgar nueve años en el terreno de los fronterizos; un barrio de alto riesgo donde lo asaltaron a Rambo.

El primero en ir a la hoguera fue un periodista de Clarín, que había anticipado el lunes la “primicia” de una fuente aparentemente muy confiable que le aseguraba que seguiríamos jugando en la B de los mercados, al menos por un año más.

Ese día tanto la bolsa como los bonos domésticos se desplomaron, e Ignacio Miri fue el chivo expiatorio al que se le echo la culpa de la debacle. Para cualquier persona entrenada en el mundo de la economía y las finanzas, la sola idea de que un inversor pueda operar en el mercado sobre la base de las noticias que salen en los diarios, resulta ridícula, máxime si se trata de información que aparece en medios no especializados, escrita por periodistas que no se dedican a la economía.

No pretendo con esto defender a Miri ni mucho menos; el periodista deberá hacerse cargo de lo que publicó, pero juzgarlo ahora con el resultado puesto implica primero suponer que los operadores son mucho menos sofisticados de lo que son y, segundo, admitir que las probabilidad de argentina emergente eran en realidad mucho mas altas y que ese artículo de algún modo las distorsionó a la baja; una suerte de sesgo retrospectivo.

Lo cierto es que el mercado estaba jugado a que no seríamos emergentes y se equivocó una vez mas. Pero lo mas divertido vino después cuando, mientras varios periodistas reconocidos trataban de borrar las huellas de sus fracasados pronósticos maquillando hacia atrás sus predicciones, otros empezaron a decir que ellos lo habían visto venir, que sabían que argentina sería emergente. De manual.

El sesgo retrospectivo puede parecer inocente, porque después de todo a nadie le molesta que todos se consideren clarividentes, pero en la práctica afecta mucho la calidad de las decisiones que se toman, primero porque nos hace peligrosamente confiados de nuestra capacidad de entender el mundo, segundo porque le baja el precio al azar, que en la historia juega un papel fundamental y, tercero, porque distorsiona la evaluación que hacemos de aquellos que en cada momento del tiempo tienen que tomar decisiones; sea un Director Técnico, o el Ministro de Economía.



lunes, 11 de junio de 2018

Los investigadores también tienen su corazoncito

de  Joaquín M.ª Azagra Caro

Universidades, organismos de investigación, hospitales y otras organizaciones emplean investigadores públicos. En las casi dos últimas décadas, la “i” añadida al acrónimo I+D obliga a esos investigadores a justificar poco menos que a diario el impacto de su trabajo, es decir, a qué y quién van a inspirar, beneficiar o resultar rentables. Esta orientación tiene una ventaja, y es que los investigadores se planteen problemas fehacientes, en vez de aplicar sus técnicas y metodologías a contestar preguntas por conveniencia o capricho. Pero también desventajas, como exigirles los mayores esfuerzos de legitimación y adaptación ante sus interlocutores (políticos, administradores, empresarios, usuarios, consumidores… incluso los propios colegas); dejar de premiarles si no son capaces de satisfacer simultáneamente a distintos beneficiarios; u ocuparles parte sustancial del tiempo en enfrentarse a solicitudes de financiación con apartados complejos, redundantes u oscuros sobre el impacto esperado de su investigación en múltiples ámbitos.

Una obsesión así por sustituir la torre de marfil por una jaula de hierro (en sentido weberiano) es poco motivadora. Tal vez se esté obviando que el primer interesado en que su investigación tenga impacto y sea útil es el investigador en cuestión, al cual se le sume en la duda nada metafísica de si lo que hace entrará en el triple Olimpo de la excelencia académica, la relevancia empresarial y el compromiso social. La mejor ciencia es incierta hasta para uno mismo.

Los investigadores son trabajadores y conviene cuidar su motivación. Dado que el incentivo económico no es tan importante como en otros colectivos, quizás convenga atender algo más a su forma de ser. Porque las características de la personalidad de aquellos investigadores cuya motivación es ser relevante para los colegas, las empresas o la sociedad en general no son las mismas. Reunir las distintas características en el perfil de una sola persona es infrecuente y, a veces, imposible.

Tener en cuenta cómo funciona la psicología de los investigadores puede ayudar a mejorar los sistemas de incentivos. Encabezados por Paul T. Costa y Robert R. McCrae, muchos psicólogos concretan en cinco las variables determinantes de la personalidad, lo que conforma el llamado Modelo de los Cinco Grandes. En el estudio Who do you care about? Scientists’ personality traits and perceived impact on beneficiaries, publicado en R&D Management en 2017, Óscar Llopis y yo analizamos cómo tres de ellos influyen en el impacto esperado del trabajo de un investigador: la actitud perfeccionista, la curiosidad intelectual y la estabilidad emocional. Que prime uno u otro influye en que el investigador busque un ámbito de impacto diferente.

Antes de entrar en detalle, permítanme un paréntesis para explicar someramente la metodología del estudio. Los datos procedían de una encuesta electrónica realizada en 2013. La muestra estaba constituida por investigadores adscritos a alguno de los nueve Centros de Investigación Biomédica en Red (CIBER), consorcios creados en 2006 que lideran su área en España. Los investigadores formaban parte de la plantilla de universidades, organismos públicos de investigación, hospitales y otras unidades de investigación. Obtuvimos una tasa de respuesta del 27 por ciento, que es típica de las encuestas a este colectivo, lo que resultó en unas 900 observaciones para el análisis.

Nuestro objetivo era explicar el efecto de los rasgos de la personalidad de los investigadores sobre el impacto de su propia investigación sobre distintos tipos de beneficiarios potenciales, tal y como ellos lo percibían. Para conseguirlo, la encuesta incluía cuestionarios que, mediante análisis factoriales, nos permitieron distinguir entre tres tipos de beneficiarios (académicos, empresariales y clínicos/sociales) y los Cinco Grandes rasgos de personalidad. Aislando tanto como fuera posible la influencia de posibles sesgos de deseabilidad social, aquiescencia y del método común, así como la de varios factores de corte sociodemográfico, económico, organizativo e institucional, aplicamos distintas técnicas de regresión para obtener los resultados. Termina así el paréntesis sobre la metodología y retomo la selección de resultados sobre los tres rasgos más influyentes de entre los Cinco Grandes para explicar el impacto percibido de la propia investigación.

Por una parte, un investigador menos perfeccionista, y tal vez más necesitado de reconocimiento, tenderá a agilizar la presentación de sus resultados. Sus intereses concuerdan con los de quienes tienen responsabilidades o urgencias en la recepción y/o aplicación de los resultados, como son los empresarios, los gestores públicos u otros. Un investigador más perfeccionista, sin una necesidad de reconocimiento social o académico tan inmediata, dilatará la obtención de resultados. Esto le permitirá orientarlos hacia colectivos sociales, puesto que las soluciones a sus problemas requieren procesos de investigación largos, que incorporen aspectos de responsabilidad ética, de seguridad y/o de salud pública, más acuciantes que para las empresas.

Por otra parte, como muestra nuestro estudio, un investigador curioso y emocionalmente estable intentará influir en la comunidad científica antes que en otras, con independencia incluso del tiempo que deba dedicar a la enseñanza y no a la investigación. Por lo tanto, una práctica habitual como es aligerar la carga docente a los profesores que ya han alcanzado la excelencia académica, o sea, recompensarlos por hacer aquello para lo que están motivados, parece una razonable eugenesia, pero tiene sus costes. Uno, el de gestionar una medida poco útil, por su escaso efecto sobre  la motivación de premiados y no premiados para esforzarse por el impacto científico; otro, que numerosos alumnos puedan cursar una carrera entera sin haber oído a los mejores investigadores de una facultad.

No tengo aún respuestas para decir cómo articular mecanismos motivadores de la función investigadora basados en la personalidad. Sin embargo, sí parece que la forma de instrumentar la actual exigencia de impacto a múltiples grupos de interés no es la mejor para que los investigadores sean más útiles de lo que ya quieren ser (y, en muchos casos, son); ni para animar a que los investigadores potenciales y en formación dediquen lo mejor de su vida a la ciencia española. Bastantes barreras para motivarse constituyen ya la maraña de contratos, la tardía progresión de la mayoría de los investigadores públicos y sus magros estipendios durante años de carrera (comparados con sus homólogos internacionales, no necesariamente más productivos).

El recién estrenado Gobierno de España ha dosificado el anuncio de sus diferentes carteras con una escenografía tan cuidada que despierta la duda sobre si su acción estará a la altura. Eso sí, al menos revela que al nuevo Gobierno le importa influir sobre la psicología de múltiples grupos de interés. Entre ellos el mundo de la investigación, pues la recuperación de un Ministerio de Ciencia, relegado a secretaría por el Gobierno saliente, sugiere un cambio de sensibilidad favorable para los investigadores públicos. Démosle un voto de confianza al titular al frente, Pedro Duque, conocido por sus declaraciones, como divulgador de la ciencia, sobre el papel de las emociones y la imaginación; y, como director de empresa, sobre la utilidad de combinar empleados de orientación académica y práctica, cada uno con la suya.