viernes, 30 de agosto de 2019

Así “explicó” la Ministra de Sanidad la “inexistencia” de etiquetas y marcas blancas en el escándalo de la listeria

Ininteligible. Así podría calificarse la explicación que la Ministra de Sanidad, Luisa Carcedo, dio el día 26 de agosto, acerca de la polémica crisis alimentaria producida por la distribución comercial de productos cárnicos contaminados con listeria y de la que en las últimas horas siguen conociéndose graves casos de salud pública. Dicha argumentación, de la que se ofrece a continuación una transcripción en la que las interrupciones, los momentos de duda y los errores conceptuales se multiplican por segundos, sostiene que, en esencia, algunos de los productos contaminados y producidos por la empresa Margrudis no se comercializaron como marca blanca -al contrario de lo que durante varios días se sostuvo mediática e institucionalmente- sino bajo la extraña y dudosa fórmula de productos envasados sin identificación alguna por una segunda empresa que determinados establecimientos comerciales, se desconoce cuáles porque las instituciones públicas no han informado de ello, habrían distribuido al gran público. Una explicación que, de ser cierta, no clarifica, primero, la razón por la que esta segunda empresa –Comercial Martínez León– habría actuado de semejante modo, segundo, por qué, tal y como ya se ha indicado, las cadenas de supermercados consintieron, supuestamente, la venta de productos sin identificación alguna de marca y productor a los consumidores, y tercero, cuáles fueron los establecimientos y cadenas que actuaron así, aun a pesar de que tratándose de la máxima responsable de la Sanidad española es poseedora de esta información. Por lo tanto, a través de su intervención del día 26 de agosto se puede concluir que entre los principales objetivos de la misma tan solo se encontraba negar la existencia de una etiqueta de marca blanca sobre el envasado de un producto cárnico que días atrás se había identificado como un producto de semejantes características, además de demostrar, irónicamente hablando, su total desconocimiento sobre la diferencia […]

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domingo, 25 de agosto de 2019

Listeria, perdidos en el supermercado

En este blog hablamos de economía. No somos expertos en nada. Mucho menos en salud pública. Pero ante una alarma alimentaria provocada por la comercialización de carne contaminada con listeria tenemos derecho a opinar. Tenemos derecho a preguntar. Tenemos derecho a aclarar la mala utilización de conceptos relacionados con la economía, el marketing y la empresa. Y a no olvidar que también tenemos obligaciones. Comer carne contaminada no creemos que deba encontrarse entre ellas. Recibir información ambigua e imprecisa debido a la ineptitud o a la primacía de intereses comerciales, económicos y políticos sobre sociales tampoco. Hasta el momento solo tenemos una incerteza. El relato mediático es confuso por la negligencia o la complicidad. Fabricante, proveedor, distribuidor, mayorista, minorista, marca comercial, marca blanca, etiqueta. Estos son algunos de los conceptos aparecidos estos días en los medios. Su uso no ha sido en todas las ocasiones correcto. Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Una verdad a medias apoyada sobre una verdad total, que a su vez se apoya sobre una mentira a medias rectificada en el tiempo con nocturnidad se convierte en caos. Y en medio del caos, es curioso, cuesta muchísimo encontrar la verdad, es curioso, se convierte en algo imposible para la opinión pública. Aclaraciones El fabricante fabrica pero no necesariamente vende al consumidor. Se lo puede vender a un mayorista, cuya misión es distribuir el producto hacia los puntos de venta. Los puntos de venta son los comercios minoristas; por ejemplo, los supermercados. Y estos son el último eslabón entre el fabricante del producto y el consumidor. En el caso que estamos analizando ha existido, además, confusión con los términos cliente y proveedor. A este respecto conviene recordar que un cliente no tiene por qué adoptar solamente la figura de consumidor final, pues las empresas […]

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jueves, 22 de agosto de 2019

Verdadero o falso, ¿cuál de las siguientes afirmaciones sobre la escasez es correcta?

Hace unos días publicábamos en el blog un interesante artículo sobre la escasez que ahondaba en la esencia de dicho concepto, y aludía a una más que probable mistificación de dicho término en los libros de texto sobre economía generalista. Mostraba diferentes revisiones sobre el significado y origen de la escasez, aportando distintas versiones o certezas, lo que a algunos neófitos causó repentinos accesos de violencia y crispación. Alimentar debates de estas características y ofrecer la contrapartida de las definiciones universalmente aceptadas forma parte esencial de la demanda de nuestros suscriptores, así que aquí van cinco afirmaciones sobre la escasez que podéis rechazar, suscribir, abominar o adorar. Sois libres. ¿Verdadero o falso?: Primera afirmación: En un mundo de escasez es obvio que cada hombre representa una amenaza o un peligro para el otro. Y esta situación lleva al conflicto más que a la auténtica unidad, aun cuando un hombre consiga obligar a otro a servirle de instrumento para el logro de su propio fin. Segunda afirmación: En la naturaleza en sí no hay escasez. La escasez está presente en la naturaleza solo a través de la mediación del hombre, o sea, en relación a las necesidades humanas. Tan pronto como se presenta en el entorno material, haciendo que la naturaleza aparezca como una amenaza para la vida del hombre, la escasez rebota, por decirlo así, contra el hombre mismo, haciendo que a cada uno le parezca su semejante un peligro amenazador. Tercera afirmación: La escasez fundamenta la posibilidad de la división social entre poseedores y no poseedores, o al menos entre consumidores y subconsumidores, y con ella la diferencia de clases. Tal diferencia puede ser el resultado de una guerra, cuando a un pueblo se le obliga a trabajar para otro. Pero lo que es inevitable es que en un […]

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lunes, 19 de agosto de 2019

Las consecuencias de Alberto

Si la semana pasada fue la de las sorpresas, esta fue de manual.

Los precios de los activos financieros reflejaban hasta el viernes el promedio de las expectativas sobre las eventuales políticas de Mauricio Macri y Alberto Fernández, ponderadas por las probabilidades de que cada uno de ellos ganara las elecciones, que hasta ese momento según las últimas encuestas, estaban 50 y 50.

 Pero el domingo ganó el candidato que había declarado que el dólar estaba barato y que pagaría aumentos de jubilados, remedios y mayor presupuesto para investigación, con los intereses de las leliqs; o sea: con emisión. La diferencia fue tan grande que lo que el riesgo K, implícito en los precios de los activos, se convirtió en certeza k.

 El lunes los activos argentinos, empezando por la moneda, se derrumbaron: los fondos del exterior salieron a deshacer posiciones argentinas, desprendiéndose de bonos, acciones y letras del sector público. Las acciones cayeron 37% en pesos y algunos bonos como el AO20 llegaron a pagar 60% de retorno en dólares. Sobre llovido, todos los que se habían comprado cortos el viernes tuvieron que salir a cubrir sus pérdidas y el costo de la liquidez voló el lunes (las cauciones bursátiles llegaron a pagar 600% de interés al mediodía). Ese mismo día el Banco Central dejó en los bancos 158.000 millones de pesos de liquidez, porque aun pagando 1018 puntos más de tasa que el viernes, solo pudo renovar 99.000 millones del vencimiento de 257.000 millones de Leliqs. De haber querido levantar todo el vencimiento habría tenido que convalidar tasas astronómicas de tres cifras.

 Para el martes empezaron a estabilizarse las tasas bancarias y el Central pudo cubrir el vencimiento de Leliqs sin problemas, pagando 75%. Hacia el miércoles aflojó la presión de salida de fondos en Lecaps. El jueves, nueva regulación del BCRA mediante, comenzó a normalizarse el mercado cambiario y para el viernes el riesgo país ya estaba 300 puntos abajo del máximo del miércoles cuando la penalidad de los bonos argentinos cerro en 1.957 puntos.

Fue una clase práctica de Economía. Una experiencia de laboratorio de esas que ilustran de manera magistral los principios teóricos que enseñamos en la facultad.

Los precios de las acciones reflejan los beneficios futuros esperados de esas empresas, descontados por la tasa de interés. Si gana un candidato que dice que va a regular las ganancias de los bancos y las energéticas, que además promete renegociar vencimientos de deuda porque dice que Argentina no puede pagar si no crece, entonces baja la expectativa de ganancia de esas empresas y sube el costo del financiamiento para el país.

Los precios de los bonos reflejar el flujo de pagos esperados de capital e intereses, descontados por la tasa de interés que incluye el riesgo país; esto es: la posibilidad de que eventualmente no se pague o se reestructure esa deuda, o en otras palabras, el riesgo de default. Si gana un candidato que plantea una renegociación con el FMI, eso garantiza el cierre total del financiamiento privado hasta que ese eventual proceso culmine, con todos los riesgos de fracaso que comprende.

Es importante entender que no interés lo que efectivamente haga Alberto Fernández en su mandato, porque lo que está gobernando hoy los precios son las expectativas que el conceso de los que ponen la plata donde ponen la boca; o sea, el mercado, tienen, respecto de lo que creen que va a hacer. El lunes hablábamos con Eduardo Blasco sobre el ejemplo del Boden 2015, un bono de los emitidos para el canje del 2005, que en medio de la crisis del 2009 llegó a valer solo 20 dólares, porque nadie creía que se fuera a pagar, pero que a la postre honró religiosamente el capital de 100 dólares y los intereses del 7% anual, todos los semestres.

 Con el dólar pasó lo mismo. No solo demandaron divisas los fondos que desarmaban posiciones en lecaps y otros activos, sino que el lunes colapsaron los home banking de todas las entidades comerciales, porque el público masivamente quiso dolarizar sus tenencias con la cuasi confirmación del retorno del kirchnerismo. Esto no implica echarle la culpa al público; de hecho, lo que estamos diciendo es que los minoristas no pudieron dolarizarse el lunes, justamente porque estaban caídas todas las páginas. Lo que señalamos es que no se trató de una maniobra especulativa de 4 personas, sino que masivamente cualquiera que tenía pesos disponibles el lunes, quiso cambiarlos por dólares, porque con la elección del domingo cambiaron drásticamente las condiciones de incertidumbre: hoy sabemos (con alta probabilidad) quien gobernará.

El billete cerró la semana a $55 en el mayorista y $57 en el Banco Nación, con 503 millones de dólares vendidos por intervención del Banco Central y 1000 puntos más de tasa, lo que demuestra que lejos de no intervenir, la autoridad monetaria vendió divisas por primera vez desde octubre y que si realmente se hubiera corrido del mercado el precio (y sobre todo la volatilidad) serían mayores.

Es verdad que no vendió los 250 millones diarios que podría haber colocado, pero tampoco tiene sentido pedirle al Central que intente tapar el sol con las manos regalando dólares y pavimentando la fuga. El precio tiene que reflejar las nuevas condiciones. Si todo el mundo piensa que los dólares serán más escasos desde diciembre y quiere adelantarse a ese acontecimiento, resulta infantil pensar que se puede distorsionar la realidad pretendiendo que las divisas son más abundantes. Pero además sería ilegal, porque el artículo 18 de la Carta Orgánica del BCRA le prohíbe expresamente vender por debajo del precio de mercado.

Por esta razón mi sugerencia el lunes fue dejar que el mercado exprese el nuevo precio de equilibrio y que a partir del martes el BCRA pusiera una pared, con una oferta de 10.000 millones, dos pesos por encima del precio de mercado, para eliminar toda la volatilidad y derrumbar las expectativas de devaluaciones futuras, que pueden disparar una corrida de depósitos, que de ocurrir nos llevaría a un dólar mucho más alto, con mayor inflación.

Finalmente, está claro que esta nueva devaluación y el shock de precios que sobrevendrá deteriorará aún más la confianza de los consumidores y reducirá el apoyo electoral del oficialismo. Solo un milagro, o mejor dicho, una combinación de milagros, puede torcer el destino en las urnas.

 

 



El IVA un impuesto progresivo, misión posible

Los impuestos son inevitables. La economía y el presupuesto público requiere de ingresos para financiar el conjunto de servicios ofrecidos por el Estado. Los ingresos pueden provenir de muchas vías distintas: precios públicos, tasas, contribuciones, etc… Pero la más común de las distintas fuentes de financiación existentes son los impuestos. Existe un debate eterno en torno a los impuestos que parece enfrentar a la derecha política de la izquierda. El cliché se reduce a una especie de fanatismo de los progresistas hacia los impuestos, frente a la visceral animadversión que experimentan los conservadores hacia ellos. Pero lo cierto es que unos y otros, cuando están al frente de la administración y la gestión pública, hacen uso de ellos de una forma irrenunciable. El diseño de las figuras impositivas es quizás la única parte que les diferencia. Mientras los conservadores son partidarios de estructuras regresivas, esto es, de configuraciones impositivas que gravan a todos los contribuyentes con la misma intensidad fiscal, los progresistas tratan de gravar con mayor intensidad a quienes mayor renta y riqueza poseen, reduciéndola en el caso inverso- lo que se conoce como una estructura impositiva progresiva-. El consenso en torno a qué tipo de impuestos o ingresos se consideran regresivos o progresivos es bastante amplio. El ejemplo paradigmático de impuesto regresivo es el IVA. El IVA grava el consumo, para explicarlo de una manera simplificada, conforme a un tipo impositivo fijo. Por ejemplo, en una economía con un tipo único de IVA del 10% cualquier contribuyente, con independencia de su nivel de renta o consumo, soportaría la misma carga fiscal. Suele ilustrarse la regresividad del IVA con el ejemplo de la adquisición de una barra de pan. La intensidad con que se grava a un multimillonario en esta transacción es idéntica a la que aplica a las […]

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jueves, 15 de agosto de 2019

¿Qué es -en realidad- la escasez en economía?

La escasez es uno de los primeros conceptos que se estudian en el campo de la economía dentro del ámbito educativo y académico. Muchos libros de texto la presentan como un problema apriorístico, es decir, como un problema preexistente o “dado” en la ecuación, lo que se suele denominar un factor exógeno o independiente de todas las demás variables. Pero es muy discutible que la escasez sea el cimiento maestro a partir del cual deba construirse el entramado teórico de una economía teórica. ¿Por qué? Porque la escasez es un concepto relativo. ¿Acaso experimentamos escasez de todo? ¿Acaso experimentamos escasez todos? Las restricciones de consumo alimenticio, vivienda o electricidad, por poner unos cuantos ejemplos, ¿son verdaderamente universales y han de ser sufridas necesariamente? La verdad sea dicha: no. Si una sola persona se apropia, por ejemplo, de la mayor parte de la superficie terrestre, la privatiza, y, en definitiva, torna el acceso a la misma difícil o imposible para el resto, ¿existe un problema real de escasez? ¿Existe un verdadero problema de escasez exógena, es decir, natural, o quizás es creada y debida a la intervención humana? Para ser honestos, la escasez natural existe en muchísima menor proporción que la escasez artificial, esto es, la que proviene de la conducta humana y sus actos. Y, sin embargo, la escasez conceptual se explica de manera simplista en los libros de texto ortodoxos como si solo existiese en el formato de la primera versión. La escasez por lo tanto, aparte de ser una convención arbitraria o subjetiva es un concepto que se define en relación con su término contrario: la abundancia. ¿No es la abundancia de unos la escasez de otros? Y, sin embargo, los libros de texto jamás titulan sus primeros capítulos bajo la expresión: “El problema de la abundancia” – lo que sería, por otra […]

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miércoles, 14 de agosto de 2019

Los templarios, las criptomonedas y el sistema financiero internacional

Los Caballeros de la Orden del Temple, además de monjes guerreros que protegían a los peregrinos cristianos que llegaban a Jerusalén, fueron los precursores del sistema bancario moderno. Su servicio se basaba en la posibilidad de depositar oro, por ejemplo, en Londres, y, gracias a una carta de crédito, retirarlo en Jerusalén. Este sistema se basaba en una premisa fundamental: la confianza. La Orden del Temple garantizaba que el dinero iba a ser devuelto al depositante. Las monedas y billetes fiduciarios funcionan de una manera similar. El dinero mercancía basa su valor en la existencia de una contrapartida en oro, plata o cualquier otro metal noble o valores. El dinero fiduciario tiene valor debido a su declaración como dinero por el estado, y también en el crédito y la confianza (la fe en su futura aceptación) que inspira. Es decir, se basa en la confianza. En el año 2009 se creó la criptomoneda bitcoin. A través de un proceso informático complejo, se crea una moneda con tecnología de blockchain, que permite que los pagos sean directos sin necesidad de instituciones financieras o bancos y que no necesita de la supervisión de los bancos centrales o de los estados. Estas criptomonedas también basan su valor en la confianza. ¿Hasta qué punto serán aceptadas para la compra y venta de productos y servicios? En otras palabras, ¿qué me podré comprar con una criptomoneda? La primera transacción reconocida y que estableció el primer valor para el Bitcoin fue la compra de dos pizzas en Papa John´s. Se pagaron 10.000 bitcoins por esas dos pizzas que en dinero fiduciario tenían un precio de 30$. Actualmente hay distintos establecimientos que aceptan el pago en bitcoins. Por ejemplo, empresas de viajes, ocio y tiempo libre, como Expedia, Destinia, empresas de videojuegos, tiendas digitales, tiendas de informática […]

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lunes, 5 de agosto de 2019

Dólar: ¿Caro o barato?

Son pocos los lugares del mundo donde la gente sabe cuanto cuesta un dólar. No es que los argentinos estemos hechos de alguna otra cosa, que tengamos un chip distinto, simplemente no tenemos moneda y por lo tanto estamos pendientes de la referencia más cercana. Conocer el precio del dólar es parte del kit de supervivencia. Además, para un país que ha tenido 15 mega devaluaciones en los últimos 70 años, oler cuando el billete está atrasado puede ser la diferencia entre mantener los ahorros o perderlos.

Nótese que una cosa es dólar barato y otra cosa muy distinta es dólar atrasado. Lo primero puede producirse por una revolución tecnológica en el campo, el desarrollo de vaca muerta, o el salto de los precios internacionales de los productos que exportamos. En esos tres casos habrá más dólares disponibles de manera permanente y como sucede con cualquier cosa que abunda, bajará su precio.

Otra cosa muy distinta es cuando no existe abundancia de divisas, pero por alguna razón (cepo, intervención del banco central, ingreso de capitales especulativos, o un proceso de endeudamiento), el país cuenta transitoriamente con cierta holgura de divisas, que no podrá sostener en el tiempo y entonces el mercado empieza a apostar por el momento en el que esa transitoriedad se corte. El problema es que no hay modo de saberlo de antemano y entonces un país puede sufrir ataques especulativos de fondos o grandes inversores que piensan que ese momento ha llegado, aunque a veces el dólar pueda permanecer atrasado por mucho tiempo y hacer que los que arriesgan la caída de la moneda local, pierdan su apuesta.

Me gusta ilustrar el punto con uno de los casos mas resonantes del mundo; la caída de la Libra inglesa, a manos de George Soros. El magnate coordinó apuestas por 35.000 millones de dólares de los fondos que manejaba y otros que lo seguían, jugando todo el dinero a que caería la moneda del Reino Unido. ¿Cómo lo hizo? Vendiendo Libras que no tenía, en los mercados de futuros, endeudándose en libras y luego comprando marcos alemanes de manera masiva con todo ese dinero, de suerte tal que una vez que la libra se había devaluado podía volver a comprar las libras más baratas para cumplir con sus compromisos.

Pero Soros no jugaba a la ruleta; su apuesta era una movida informada, estudiada meticulosamente, que partía de la base de que el Reino Unido estaba en medio de una recesión y que su moneda había quedado sobrevaluada, por haberla atado al Marco Alemán, con una paridad que no podían sostener. El magnate húngaro pensó que el Banco de Inglaterra no podía subir la tasa de interés indefinidamente para defender su moneda, porque en medio de una recesión el costo político era prohibitivo. Años después Soros se sinceró “mi trabajo es buscar una tendencia basada en premisas incorrectas y apostar dinero contra ella”.

EL PRECIO JUSTO

Algunos analistas piensan que en Argentina ocurre algo parecido, que el dólar estaría mucho más caro si no fuera porque el Banco Central defiende el peso con tasas de interés muy altas.

Una cosa está clara; si la autoridad monetaria dejara de absorber liquidez con las leliqs, habría muchos más pesos circulando en la economía y como algunos de ellos irían al dólar, ineluctablemente subiría el billete verde. ¿Pero por qué haría el Banco Central semejante estupidez? No hay dudas que con más dinero en la calle bajarían las tasas, pero también subiría la inflación y habría una corrida de depósitos de los cuatro millones de argentinos que tienen algún plazo fijo y que verían que las tasas más bajas no les cubre una inflación más alta.

La confusión de muchos tiene que ver con que desde el primero de octubre del año pasado el dólar solo aumentó un 12 % mientras que la inflación acumulada fue del 35 %, pero nada indica que el precio de aquel entonces fuera el que correspondía al equilibrio del sector externo argentino. Más bien, todo parece señalar que ese era un precio de pánico, en medio de una corrida, puesto que hoy, descontando la inflación, el dólar está 46 % más caro que antes de salir del cepo en diciembre del 2015 y 10 % más alto que luego de que se liberara el mercado de cambios. De hecho, la economía lleva 10 meses consecutivos de superávit comercial y las cantidades exportadas fueron 15 % superiores en este primer semestre, en comparación con el mismo periodo del 2015. Lo mismo ocurre con la cuenta de turismo, donde las llegadas de visitantes están creciendo al 19,6 % interanual, mientras que las salidas de argentinos menguan un 16,3.

Es cierto que cuando se termine de reactivar la economía y se recuperen los salarios habrá mayor demanda para importaciones, pero también es verdad que vamos camino al autoabastecimiento energético, lo que reduce sustancialmente nuestra demanda de divisas y que la medida que se disipe el riesgo electoral, habrá menos demanda de dólares especulativos y mas inversiones, sobre todo en el sector energético.

A juzgar por el balance de las cuenta externas, este precio del dólar es competitivo y si se busca subirlo por la vía de la emisión (baja de tasas), o agitando una corrida con fines electorales, el resultado será una mayor inflación que se comerá cualquier ventaja cambiaria circunstancial.