miércoles, 16 de agosto de 2017

Cuando nuestros ideales fueron suicidados

Nada es tan débil como un ideal. Tan susceptible de ser dado a la muerte con heridas compatibles a las de un fallecimiento natural. Cada verano mueren dos o tres millones de ideales más. De noche en las vías de un tren o en las playas de Cadaqués, qué más da. Si el turismo es la píldora o el viaje que todo ser mortal ha de admirar, la hiperinflación o la enajenación de un régimen se encuentra entre los ídolos que hay que apedrear. Por despreciables. El silencio para todo lo que cumple su función. El ruido para el contraejemplo moribundo que no acaba de expirar. No hay éxito sin oponente al que humillar. Toda oposición se construye sobre cimientos incapaces o defectuosos. En todo caso, siempre habrá un “qué importa todo lo demás”, “no estamos tan mal” o un “todo puede empeorar”. Mas sobre el horizonte nunca falta la expectativa o el reflejo del ideal sin el cual rehusaríamos continuar. Una huelga que consigue hacer plasmar, faltaría más, su reivindicación, una actualización salarial diluida con pérdida de poder adquisitivo en el futuro, eso seguro. Un congreso que en un corto plazo de tiempo planteará un cambio de esquemas, la promesa definitiva de un país y un mundo nuevos. La ausencia de ideales contra los que combatir. Cómo destruir lo que no existe. Quién es pobre, qué sociedad es desigual. Nosotros jamás. En un estado de decepción permanente, bastardos los que vengan a robar la decepción futura. La etiqueta y la aureola de radical para los resistentes, los disidentes. Las razones espurias de sus ideales de justicia, equidad o bondad. Guerra cotidiana de telediarios, realities shows de política, sucesos, economía. Nuestra situación es terrible. Menudo plan. Salvadnos. Somos náufragos. Necesitamos huir. Hacia lo más profundo de vuestra cárcel.

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