miércoles, 23 de junio de 2021

Dios vigila las redes sociales

Mira, podemos ponernos serios y tratar de definir con toda solemnidad las redes sociales. “Son el producto de la obsesión humana por la comunicación”, dirán unos.  “No; en realidad son el producto de la obsesión por el control  y la manipulación”, dirán otros. “No, realmente constituyen el producto natural de la socialización y las apariencias”, se dirá también. Y todas estas definiciones serán en algún punto correctas. Pero resultarán de poco valor si la pretensión es reflexionar en términos prácticos sobre ellas. Introduzcamos para ello el concepto de alienación. La alienación es el proceso por el cual el valor original de una persona se degrada y pierde esencia, fundamentalmente como consecuencia de una orientación errónea de la propia actividad vital, hacia fines que le son totalmente ajenos. La alienación es, pues, el proceso por el cual el individuo termina convertido en el producto o la herramienta de otro individuo distinto a sí mismo. Resulta desalentador, no lo vamos a negar, que la famosa facultad consistente en “ser dueño de uno mismo” se encontrara a tanta distancia intrapersonal. ¿Se puede ser “dueño de uno mismo” asumiendo al mismo tiempo la existencia de Dios? ¿Se puede no ser víctima de la alienación, cuando no se es más que un integrante de la creación, sea esta la causa o no de Dios? Las redes sociales son pues esa especie de artilugios “trampa” que desplazan a los individuos de una experimentación “propia” de la vida (sin filtros), para diluir sus aspectos más característicos -pureza, esencia, instantaneidad-, en caricaturas total y absolutamente fútiles para ellos mismos. Las redes sociales son pues artefactos que vacían la esencia – la sustitución de la capacidad de acción en capacidad de comunicación- para vomitarla en formatos artificiales que resultan ser más beneficiosos para otros individuos que para sí mismos. […]

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