martes, 16 de julio de 2019

“Hacerse la buena esposa” o el peso de las normas sociales

Como cada verano, he impartido este mes el curso de Economía de Género en la Escuela de Verano de la Barcelona Graduate School of Economics. Durante una semana y con dos docenas de asistentes internacionales, discutimos sobre brechas de género en el mercado de trabajo y los factores que pueden explicar tanto la convergencia histórica como la persistencia de diferencias importantes en la actualidad. Organizo las clases en torno a los factores principales que se han explorado en la literatura económica. ¿Por qué siguen las mujeres ganando de media menos que los hombres? Podría deberse a diferencias en productividad, a diferencias en preferencias (por ejemplo, elección de distintas ocupaciones o de trabajos con distintas condiciones), o a la existencia de discriminación.

Existe sin embargo una literatura reciente que no acaba de encajar en ninguna de estas grandes explicaciones, y es la que destaca el papel potencialmente importante de las “normas sociales”, que pueden hacer que las personas elijan acciones que se corresponden con lo “socialmente esperable” para la categoría a la que pertenecen (por ejemplo, hombre o mujer), porque desviarse de esos comportamientos pueda implicar costes importantes.

¿Cómo confirmar o refutar esta posibilidad? ¿Cómo distinguir entre preferencias personales y prescripciones sociales o culturales? Supongamos que comparamos a mujeres y hombres con formación y capacidades similares, y que las mujeres de media tienen menos ambiciones profesionales que los hombres, eligen trabajos menos exigentes, y dedican más tiempo a cuidar de sus hijos. ¿Cómo detectar un posible papel de las “normas sociales”, más allá de las preferencias individuales?

Un trabajo reciente de Leonardo Buszstyn, Thomas Fujiwara y Amanda Pallais (aquí) trata de acercarse a esta pregunta. Recogen datos de estudiantes de MBA de una prestigiosa universidad norteamericana, hombres y mujeres para los que observan sus calificaciones en distintos exámenes, trabajos y asignaciones escritas, y también sus notas de participación en clase. Primero comparan mujeres y hombres solteros y casados, y no encuentran diferencias entre los cuatro grupos (hombres solteros y casados, mujeres solteras y casadas) en la nota media en los exámenes, ni en las asignaciones y trabajos escritos. Sin embargo, las mujeres solteras participan en clase menos que los demás grupos. Los autores sospechan que quizá estas mujeres, de media tan capacitadas como el resto de sus compañeros, no quieren señalar competencia o ambición profesional cuando sus compañeros (y parejas potenciales) las observan.

Para explorar esta posibilidad en mayor profundidad, realizan una encuesta sobre las ambiciones profesionales de los estudiantes. A algunos se les dice que sus respuestas son anónimas. A otros (seleccionados aleatoriamente), que sus respuestas serán observadas por sus compañeros. Se les pregunta por su futuro profesional una vez terminados los estudios: su salario deseado, así como su disponibilidad para viajar y para trabajar muchas horas. No encuentran diferencias entre los dos grupos (respuestas anónimas versus públicas) para hombres solteros ni casados, ni para mujeres casadas. Sin embargo, las mujeres solteras, cuando saben que sus respuestas serán observadas por sus compañeros, expresan salarios deseados más bajos, y una menor disponibilidad para viajar y trabajar muchas horas.

En la figura que reproduzco abajo, se puede ver que el salario "deseado" de las mujeres solteras es un 14% inferior cuando la información es pública, comparado con cuando es anónima. Los autores interpretan que estas mujeres se “hacen la buena esposa” cuando se saben observadas, como si señalar ambición profesional fuera un rasgo no deseado para sus parejas potenciales.

Esto parece sugerir que una posible razón por la que las mujeres puedan ser menos ambiciosas en el mercado laboral sea que la ambición, que puede tener retornos profesionales y monetarios positivos directos, puede tener para las mujeres costes indirectos en el plano personal, o al menos así lo perciben ellas. Los resultados también sugieren que las preferencias no parecen ser muy diferentes entre hombres y mujeres en general, pero que las mujeres (solteras) “esconden” sus aspiraciones profesionales.

¿Existe alguna evidencia directa de estos posibles costes personales de la ambición profesional? ¿Hacen bien estas mujeres en disimular sus aspiraciones? En esta entrada anterior, Santi nos contaba un trabajo con datos de Suecia donde se demuestra que cuando una mujer accede a un cargo de alto prestigio y responsabilidad, como una alcaldía o un puesto en el consejo de administración de una empresa, su probabilidad de divorcio aumenta considerablemente, cosa que no ocurre con los hombres que acceden a cargos similares. Este trabajo de Bertrand y coautoras también sugiere que las parejas en las que la mujer gana más que el marido tienen una mayor probabilidad de divorcio.

¿Qué concluir de estos resultados tan deprimentes? De cara a la investigación, parece que las brechas de género que persisten en el mercado laboral pueden tener su origen no sólo en las explicaciones tradicionales de diferencias en productividad o preferencias o en la existencia de discriminación, sino en factores culturales que penalizan el éxito laboral entre las mujeres en el plano personal. De cara a conclusiones prácticas, sigue siendo relevante el consejo de Manolo Arellano (y Manuel Bagués) en esta entrada: la importancia de elegir bien a la pareja, en particular para las mujeres, de modo que no sea necesario elegir entre el éxito profesional y el familiar.

Me atrevo a concluir con una reflexión personal: quizá todos, hombres y mujeres, podemos hacer un esfuerzo para reducir el impacto de las normas sociales, de modo que cada individuo pueda ser más libre para seguir sus inclinaciones, perseguir sus ambiciones, y respetar sus preferencias personales y las de los demás. Que, por ejemplo, los padres que pidan excedencia para cuidar de sus hijos porque así lo deseen no se sientan “mal vistos” en su empresa o entre sus amigos, y las mujeres que deseen continuar con su carrera profesional después de tener hijos puedan contar con el apoyo de su pareja y de la sociedad.



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