miércoles, 18 de octubre de 2017

Una idea siniestra nos acecha: votar es malo

Una idea siniestra nos acecha: votar es malo. Y es cierto que la mayoría -atentos a este concepto- rechazamos una democracia pura, una democracia ubicada en ese límite en el que todo, absolutamente todo es lícito y susceptible de ser votado. Imaginemos por ejemplo un referéndum sobre “matar a X o no”, “lanzar una bomba atómica sobre X o no”, “exterminar al pueblo X o no” y así ad-inifinitum. Parece evidente, por lo tanto, que la democracia en la que la mayoría de nosotros aceptamos encontrarnos es, por fortuna, la misma en la que -realmente- nos hallamos. Pero, ¿y si no fuese así? ¿Quién, en minoría, estaría imponiendo los límites de la democracia (y, por lo tanto, pervirtiendo y contradiciendo su esencia)? La democracia se debe valorar, en consecuencia, como un sistema que se desarrolla en un campo que concede a los individuos una suerte de libertad de movimientos concretos, cierto, pero cuyos bordes y fronteras delimitados de inicio y en un estado de semi-sombra inconsciente para los sujetos que se hallan dentro de él, no resultan ser las piezas de mayor compatibilidad en este, que podríamos llamar, puzzle de carácter lógico. ¿A dónde podríamos llegar, finalmente, con todas estas reflexiones? ¿A concluir que la democracia es un sistema político con grietas en sus mecanismos internos? ¿A concluir que la democracia requiere de una entidad externa, ya sea la Monarquía, un dictador, un sabio, una élite o grupos de élites, que se sitúe por encima de ella? ¿Qué resolvemos con la proposición de votar más, cuando se trata de volver a decidir sobre lo mismo una vez más, cuando ninguno de los resultados posibles satisfará o resolverá nada que no se hubiera podido resolver ya dentro del terreno delimitado de juego? ¿En qué queda convertida entonces la democracia? ¿En un sistema inútil, […]

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