lunes, 27 de abril de 2020

No hay trozos de papel, obvio

Muchos modelos tratan de explicar el funcionamiento de la economía a partir de una serie de variables escogidas discrecionalmente. Así, un país puede aspirar a un volumen X de su economía en función de variables como la mano de obra, la capacidad de endeudamiento o la calidad de sus infraestructuras, por poner algunos ejemplos. Pero podrían ser otros. Ahora bien, la opinión pública suele ser súper permeable a aceptar el modelo más reduccionista que existe en torno al funcionamiento de la economía, esto es, el modelo en el que todo queda explicado por una sola variable: dinero. “No hay dinero”, luego la economía no despegará, no podrá acometer tal reforma o inversión, pagar mayores salarios, procurar mayor nivel educativo, protección sanitaria, etc… No hay dinero. Punto. Sin duda, quienes de este modo razonan, dejan de atribuir valor alguno a cualquier otra variable, como la capacidad de emprendimiento, el nivel de inteligencia o el estado anímico de la población, para explicar, también, por qué decae o resurge el bienestar en las sociedades. Sin embargo, al igual que un vehículo equipado con el más potente de los motores no puede avanzar un solo metro si no posee ruedas o carburante, ninguna economía del mundo, por muy bien dotada que esté financieramente hablando, podrá jamás crecer sin la existencia de dinamismo, moral y voluntad positivas en su sociedad. No seamos ingenuos, el dinero es una de las variables por excelencia del actual sistema económico. Es una parte indispensable y fundamental del artefacto económico. Pero, reconociendo esto como un axioma incuestionable en la actualidad, ¿cómo es posible que la opinión pública acepte con la mayor de las docilidades, que gracias a la mera restricción discrecional de un factor tan simple como esencial, la economía quede crucialmente condicionada para empezar a rodar? Es bastante probable […]

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