sábado, 17 de octubre de 2020

La justicia bruta

Nada que no esté relacionado con la economía debería detenernos mucho. Por eso pararemos tan solo un momento ante una bella -que no terrible- historia de persuasión. Se trata de “Presunto Inocente”, película basada en la novela de Scott Turow y protagonizada por Harrison Ford. ¿Por qué puede merecer la pena verla incluso más allá de la 1 de la madrugada un día laboral cualquiera? Bueno, en primer lugar por la multiplicidad de aspectos humanos, demasiado humanos, que aborda en un breve intervalo de tiempo, apenas dos horas. Aspectos relacionados, por cierto, con conceptos como el poder, el bien, la pasión, la ambición… Pero quizás el más interesante de todos responda a la controvertida idea de “justicia”, un terreno sobre el que, paradójicamente, siempre resulta complicado el consenso, ¿no es cierto? Muy bien, no hace falta desmenuzar nada, pero incluso a partir de una sola imagen, un rodillo repleto de nombres de jueces que gira hasta que, se supone que al azar, para en el punto exacto donde uno cualquiera de ellos terminará impartiendo justicia… Vaya, se perdió el hilo. Vayamos pues concreta y directamente a la propuesta final de Presunto Inocente: esto es, a la existencia de una justicia global compleja. Esto es, a la existencia de una justicia que busca la mejor reparación del “todo”, aunque para ello deba obviar o soslayar la injusticia de “partes” aisladas. ¿Podríamos hablar de justicia positiva “de suma neta”, depurada de toda componente bruto? Tal vez. Desde luego, solo los obsesos y los locos impiden el progreso. Y a todos los demás, nunca jamás les corresponde hablar en nombre del progreso.

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