lunes, 2 de septiembre de 2019

Altruismo

ALTRUISMO Y COOPERACION Y VICEVERSA

Por Santiago Sanchez-Pages

Aunque los telediarios puedan hacernos pensar lo contrario, los seres humanos somos una especie eminentemente cooperativa. La prosperidad que disfrutamos se deriva de la constante ayuda mutua, generosidad y cooperación de nuestros antepasados y contemporáneos. Por supuesto que hay conflictos, oportunistas y gorrones pero, en general, los humanos somos unos cooperadores natos.

Sin embargo, todavía no entendamos del todo los mecanismos que hacen que los comportamientos prosociales estén tan extendidos y que nuestra existencia cotidiana no sea una guerra continua de todos contra todos. Anxo nos ha hablado en varias ocasiones sobre el tema, en especial en dos estupendas entradas sobre los trabajos de Hamilton y Axelrod (esta y esta), en las que explicaba los mecanismos propuestos por estos dos titanes: Las interacciones repetidas (me porto bien contigo porque sé que nos volveremos a encontrar) y la selección de parentesco (me porto bien contigo porque compartimos ADN y quiero que nuestros genes se propaguen). Otra posibilidad es que la presencia de amenazas externas ayuda a generar una mayor cohesión interna (me porto bien contigo porque bastante tenemos con defendernos de los de fuera).

Otro posible mecanismo para sostener la prosocialidad es el castigo a terceros. Este es un comportamiento costoso que consiste en sancionar a quienes han violado una norma social, pero no en una interacción directa con nosotros, sino con alguien distinto. El castigo a terceros es por tanto altruista, porque implica gastar recursos o tiempo en alterar el resultado de una interacción de la que no somos (o fuimos) parte. Este comportamiento ha sido propuesto por algunos autores (como los célebres economistas Simon Bowles, Ernst Fehr o Herbert Gintis), como una explicación de la prevalencia de la prosocialidad en comunidades humanas de cierto tamaño, en las que es relativamente improbable que dos personas que interactúen tengan algún lazo de parentesco o se encuentren de nuevo. Si la probabilidad de que alguien te castigue cuando explotas a un tercero es suficientemente alta, te lo pensarás dos veces.

No es este el lugar para discutir cuál de estas explicaciones tiene más poder. Probablemente, todas operan a la vez. Si les interesa el asunto, les refiero a un ameno libro de divulgación escrito por Marta Iglesias y Enrique Turiégano, que además son mis coautores en un artículo que publicamos en Scientific Reports sobre este tema y del que sí me gustaría hablarles hoy.

El punto de partida del trabajo es que, si el castigo a terceros es una forma de prosocialidad, entonces deberíamos esperar que las personas propensas a ejercerlo se comporten prosocialmente en otros contextos. Por ejemplo, deberían ser también propensas a cooperar en dilemas sociales como el dilema del prisionero. Asimismo, deberíamos esperar que las características biológicas que afectan a la cooperación en este dilema también afecten a la predisposición a castigar a quienes se comportan de forma oportunista con otras personas. En particular, nos fijamos en el género. ¿Por qué? Pues porque existe abundante literatura que demuestra que los hombres ejercen el castigo a terceros con mayor frecuencia que las mujeres. Otras variables fisiológicas que estudiamos tienen relación con la exposición a la testosterona en momentos claves del desarrollo (como les expliqué aquí), y que se han demostrado que tienen efectos distintos sobre la cooperación según el género. Esperaríamos que su efecto sobre el castigo a terceros también se manifestara de manera diferencial entre hombres y mujeres.

El experimento que realizamos era muy sencillo. En una primera fase hacíamos que las personas jugaran un dilema del prisionero contra otro participante anónimo. Sin revelarles el resultado de esta interacción, les hacíamos una segunda pregunta: Dos futuros participantes van a jugar el mismo juego que acabas de jugar. Supongamos que uno/a de ellos declara que espera que su oponente coopere pero el/ella no va a cooperar. ¿Estás dispuesto a pagar un coste para reducir las ganancias de ese/a participante suceda lo que suceda en esa interacción? Este diseño nos permitía por tanto relacionar la decisión de castigar a terceros con la decisión de cooperar en una interacción directa. Si el castigo altruista es una forma de prosocialidad, deberíamos esperar una correlación significativa entre ambos comportamientos.

Antes de describirles los resultados, quisiera puntualizar que el estudio era incentivado y que se llevó a cabo con casi 840 personas, el 60% mujeres. Se trata por tanto del estudio sobre castigo a terceros con el tamaño muestral más elevado del que tenemos noticia.

Para nuestra tranquilidad, replicamos resultados anteriores: ninguna diferencia significativa de género en las tasas de cooperación en el dilema del prisionero, pero una diferencia significativa en el castigo a terceros: El 20% de las mujeres y el 28% de los hombres decidieron pagar de su bolsillo para castigar el comportamiento oportunista de futuros participantes. Ninguna de las otras variables biológicas que estudiamos parece tener alguna relevancia. El resultado principal lo resumimos en el siguiente gráfico, en el que representamos la frecuencia de cada posible comportamiento según el género y la decisión en el dilema del prisionero.

Aunque las tasas de cooperación entre hombres y mujeres son muy similares, la proporción de cooperadores mujeres que deciden no castigar a terceros oportunistas (el rectángulo naranja claro) es significativamente inferior a la de los cooperadores hombres (un 18% frente a un 28% del total de mujeres y hombres, respectivamente). Y no solo eso: La proporción de “castigadoras” entre las mujeres cooperadoras no es diferente que entre las mujeres que no cooperan. Sin embargo, entre hombres, la tendencia a castigar es diferente según el comportamiento en el dilema del prisionero.

A un nivel evidente, este resultado sugiere que las motivaciones de hombres y mujeres para ejercer el castigo altruista son diferentes. Aquí toca especular. Esta diferencia podría deberse a que los hombres tienden a aplicar las normas sociales de forma más inflexible mientras que las mujeres tienden a prestar más atención al contexto. Otra posibilidad es que el castigo a terceros puede otorgar ganancias de estatus que podrían resultar más atractivas a los hombres de cara a su éxito en el mercado matrimonial. Harían falta más estudios para entenderlo.

Pero si profundizamos, esta diferencia que observamos hace dudar sobre el papel del castigo a terceros como sostén de la cooperación generalizada en las sociedades humanas. Los hombres ejercen el castigo a terceros de forma más intensa y con una motivación más orientada a sancionar a los que se desvían que las mujeres. Cabe preguntarse por tanto por la efectividad de un mecanismo para sostener la prosocialidad que parece que solo la mitad de la población aplica con ese fin. Cabe preguntarse también si el castigo a terceros, más que una forma de mantener la cooperación en una comunidad, es en realidad una forma de explotación. Y, desde luego, no hay que olvidar que nuestros participantes viven en una sociedad occidental desarrollada y la cultura seguro afecta a nuestras motivaciones. Como siempre, responder una pregunta nos abre otras nuevas.



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