domingo, 27 de octubre de 2019

Lecciones para España desde la óptica del desarrollo (I)

Esta entrada está escrita por Jesús Felipe, Consejero del Banco para el Desarrollo Asiático.

Llevo más de la mitad de mi vida (cerca de 30 años) fuera de España y una gran parte de ese tiempo he vivido y trabajado en Asia. Allí he tenido la suerte de vivir en Japón, Hong Kong y Filipinas, y llevo trabajando desde 1996 en el Banco para el Desarrollo Asiático, banco multilateral de desarrollo, con sede en Manila (Filipinas). Conozco una gran parte de Asia y mi trabajo me ha permitido estudiar y entender de primera mano por qué algunos países se desarrollan rápidamente y otros lo hacen a paso de tortuga, a veces dando un paso adelante (años de alto crecimiento) y dos atrás (crisis sangrantes). Aparte de hacer investigación muy centrada en temas de crecimiento y desarrollo, he tenido la oportunidad de trabajar con gobiernos de países tan diversos como Filipinas, Indonesia, Malasia, Pakistán, Kazajistán, Uzbekistán, China, Tailandia, Camboya, etc. En los últimos meses he estado en países de fuera de mi entorno como Honduras, Namibia o Arabia Saudita. El dilema es el mismo en todos: ¿cómo acelerar el desarrollo?

En esta entrada, propongo analizar la España de hoy desde Filipinas y desde la óptica del mundo del desarrollo. Ello ayuda a poner los debates actuales de nuestro país en perspectiva y a sacar conclusiones importantes; no porque España sea un país en vías de desarrollo sino porque creo que se pueden extraer lecciones sobre el desorden general que hay y por la poca claridad que veo en las propuestas económicas.

El desarrollo ha sido históricamente un proceso largo caracterizado por tres ingredientes fundamentales. Primero, el trasvase de trabajadores de la agricultura a la industria y los servicios. El diferencial de productividad entre el primero y los segundos es la base del crecimiento rápido. Esto ya aparece claramente en los trabajos clásicos de Arthur Lewis (1955, aquí), o Nicholas Kaldor (1967, aquí) y, en general, de todos los economistas del desarrollo y del crecimiento que trabajaron después de la segunda guerra mundial. En ese trasvase de recursos entre sectores, especialmente de trabajadores, era fundamental la industrialización como motor del crecimiento. El segundo ingrediente es la diversificación de la estructura productiva, como base del aprendizaje. Un país no pude crecer si sus empresas no fabrican una gran cantidad de productos distintos. Y el tercero consiste en pasar de producir productos muy sencillos (bolígrafo Bic, motocicletas de 50cc o juguetes eléctricos a pilas) a productos complejos (estilográfica Mont Blanc, máquina Siemens para hacer resonancias magnéticas, automóviles Mercedes, super computadoras o productos químicos avanzados), que contienen mucho más conocimiento y tienen una mayor elasticidad de la renta.

Conjugando las nociones de diversificación a nivel de país y sofisticación a nivel de producto y utilizando las exportaciones como indicador (y con datos para 130 países y 1240 productos), Hidalgo y Hausmann (2009) han creado los conceptos de complejidad de país y de producto y han generado rankings de los dos. El concepto de complejidad no es todo a la hora de hablar de crecimiento y desarrollo, pero encapsula muy bien el conocimiento de una sociedad y las oportunidades que ésta tiene. La evidencia muestra que para desarrollarse hay que diversificar la economía (producir y exportar muchos productos) y, a la vez, producir productos únicos (producidos por otros pocos países). La complejidad es muy buen indicador (predictor) del crecimiento futuro de un país. Voy a utilizarlo en mi análisis, no sin precaución.

Las estructuras de producción de Alemania y de Filipinas son muy distintas en los tres frentes que he mencionado arriba: el porcentaje de empleo en agricultura en Filipinas es todavía de un 25%, su producción y exportaciones están mucho menos diversificadas que las de Alemania, y sus productos son menos únicos.

Lo importante es que hay una asociación directa entre la complejidad de la cesta de productos que un país fabrica y exporta y los salarios del país. El crecimiento de los salarios, derivado de un incremento en la complejidad de la cesta de producción-exportaciones es el mejor indicador de las cosas bien en el país. El trabajador medio filipino no gana 40.000 euros al año porque en Filipinas no se fabrican máquinas Siemens, ni bolígrafos Mont Blanc, ni automóviles Mercedes. Así de sencillo.

El proceso de transformación de economías agrarias a economías industriales comenzó en el siglo XIX en los países avanzados de hoy (Europa, Estados Unidos), lo que eventualmente les llevó a alcanzar rentas altas en la segunda mitad del siglo XX. Fue un proceso lento y muchos de ellos necesitaron más de 100 años. Recientemente, las economías de Asia oriental, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, y Hong Kong, consiguieron pasar de renta baja a renta alta (es decir, cruzar todo el segmento de la renta media) en unos 30-40 años. China está ahora en ello.

¿Qué tiene que ver esto con España? Pues que parece ser que los políticos españoles no lo entienden y sus propuestas económicas para que el país avance carecen de solidez. Claro que la estructura de la economía española ha cambiado y que hoy la de hoy es mucho más moderna (compleja) que la de 1960. Pero la economía española no se ha transformado como las de los vecinos del norte. Llegamos a los años 60 del siglo pasado y el turismo fue la solución, también la construcción, vino y aceite, y sí, algunas manufacturas; pero ni mucho menos como Alemania.

El problema de España es que los sectores avanzados y transables que tiran del resto de la economía (manufacturas y servicios avanzados) son pequeños, no son los grandes empleadores. Claro que España produce productos complejos. España no es Filipinas; pero tampoco es Alemania o Dinamarca. Es más, quizá la complejidad de nuestra economía esté más cerca de la de Filipinas que de la de Alemania, como documento a continuación. Y no hay modo de cerrar la brecha con los vecinos del norte, algo que se lleva intentando desde que se ingresó en la Comunidad Económica Europea en 1986.

Resulta que en el ranking de complejidad de la cesta de exportaciones elaborado por el Center for International Development (CID) de la Universidad de Harvard, España estaba en el puesto 19 de 130 economías en 1995, con un índice de 1,23 (siendo 0 la media mundial). Entonces, Filipinas ocupaba el puesto 72, con un índice de -0,25 (es decir, estaba por debajo de la media mundial).

A día de hoy (2017), España tiene una renta per cápita (en dólares de paridad de compra) casi cuatro veces la de Filipinas ($38.000 y $10.000, respectivamente), pero España ha caído en el ranking de complejidad y hoy está sólo un puesto por encima de Filipinas (puestos 32 y 33, con índices 0,85 y 0,75, respectivamente); muy por debajo de Dinamarca (en el puesto 22 con índice 1,18) y de Alemania (puesto número 4 con índice 2,02). Japón (#1 en el ranking), Corea del Sur (#3), Singapur (#5), China (#19), Tailandia (#25) y Malasia (#28), están delante. Estos últimos países tienen una renta inferior a la española, pero su cesta de exportaciones se ha diversificado mucho en las últimas décadas y también se ha hecho más única, de forma que, cuando los dos indicadores se combinan, el resultado es que estos países han pasado a España. Esto no quiere decir ni mucho menos que la complejidad de la cesta de exportaciones española haya caído. Simplemente quiere decir que mientras España andaba, estos otros corrían. No quiero ahondar en detalles técnicos sobre la construcción de los índices de complejidad. Sólo comento que el nivel de agregación de los productos influye en el resultado. A nivel de 1240 productos, no hay diferenciación, por ejemplo, entre distintos tipos de automóviles, de forma que uno de muy baja calidad y de pequeña cilindrada y un Ferrari, son el mismo producto. Dicho esto, el sesgo que esto pueda introducir en el análisis no invalida el ejercicio, pues les ocurre a todos países; y lo cierto es que el ranking deja muy claro que Alemania está muy por encima de España.

Taxistas, barberos, y camareros (actividades no transables) ganan más en Múnich que en Madrid no porque sean más productivos, sino porque el número de trabajadores alemanes que se dedica a producir productos complejos en sectores transables (manufacturas y algunos servicios avanzados, que se comercian internacionalmente) y que pagan salarios de 40.000 y 50.000 euros al año, es mucho mayor que el de España. Son los salarios de las actividades transables los que tiran del resto (especialmente de los de las actividades no transables), de los salarios de los barberos, de los de los camareros y de los de los taxistas.

En España, el peso del turismo barato es muy alto. Es muy difícil que estos trabajadores lleguen a percibir 50.000 euros al año. Lo que el sector ofrece no es un producto (servicio en este caso) que contenga conocimiento que justifique pagar ese salario. Nuestros olivos y viñedos tampoco dan para salarios de 50.000 euros al año. El atraso de España aquí se remonta a la Edad Media y al poder del Concejo de la Mesta, mientras nuestros vecinos del norte se daban cuenta de que había que industrializarse (Reinert 2007, aquí).

Es verdad que países como Holanda o Dinamarca también exportan productos agrícolas, representando el sector casi el 14% del total de las exportaciones en España y Dinamarca, y casi el 15% en Holanda. El tema es que el diferencial de productividad en este sector es sustancial: un 32% más en Dinamarca y un 65% más en Holanda, con grandes conocimientos de logística y financiación para comercializar y distribuir los tulipanes (datos del año 2015, base de datos EU KLEMS). El diferencial de productividad en el sector manufacturero también es enorme: un 32% más el holandés y un 84% más el danés. El diferencial con Alemania es algo menor, 18%, pero la composición importa: mientras que la maquinaria y los químicos (los dos grupos más complejos) representan respectivamente el 18,5% y 15% del total de las exportaciones alemanas, en España estos dos porcentajes son el 6,7% y 10,6%. Los diferenciales con otros sectores como transporte, información y comunicaciones, o servicios financieros, son igualmente amplios.

El problema de España se resume también en el reciente análisis de Balland et al. (2019, Figura 2). Utilizando patentes a nivel regional para toda Europa como indicador de la capacidad de una región para desarrollar nuevas tecnologías, se ve que las comunidades autónomas españolas salen muy mal paradas comparadas con las regiones del norte de Italia, zonas de Alemania o Austria, reflejando tener muy poca capacidad para saltar a nuevas tecnologías.

Hace años, en medio de la crisis se comenzó a hablar del modelo danés. Dinamarca, como la mayor parte de nuestros vecinos del norte, es un país con una cesta de productos y servicios bastante más compleja que la nuestra. Esto es lo que les da salarios del doble de los que perciben los trabajadores españoles. Los lectores habrán visto alguna vez los barcos de Maersk, compañía danesa líder mundial en transporte y logística, ambos servicios muy complejos. El transporte representa el 21% de las exportaciones danesas (4,05% de las españolas).

¿A qué tipo recomendaciones de política económica lleva este análisis? En ello me centro en la entrada próxima.



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