miércoles, 2 de octubre de 2019

Salarios y desigualdad: empleados, funcionarios y militares (1900-1933)

De Miguel Artola Blanco

La desigualdad de la renta y de la riqueza están atrayendo una creciente atención de la opinión pública. Uno de los ámbitos en donde mayores avances se han producido es en el estudio de los grupos de altos ingresos por medio de registros fiscales. Utilizando las estadísticas de los impuestos sobre la renta, Simon Kuznets, y de manera más reciente Piketty, Atkinson o Saez, entre otros, han proporcionado una perspectiva más precisa y detallada de los ingresos (o patrimonio) de los grupos más ricos. Además, estos estudios facilitan la comparación de resultados entre países y a lo largo del tiempo.

Hasta el momento, la mayoría de investigadores se han centrado en el estudio general de la renta y de la riqueza. Sin embargo, también se puede restringir el análisis a la desigualdad en el mercado laboral, tomando como referente los trabajadores con sueldos más elevados sobre el total de la masa salarial. La investigación histórica es más limitada en este caso, pues apenas hay tres países (Francia, EEUU y Japón) en donde los datos fiscales proporcionan información sobre las rentas salariales de manera desagregada antes de la Segunda Guerra Mundial. Hasta el momento, estos estudios coinciden en señalar la relatividad estabilidad de la desigualdad salarial, que contrasta con la fuerte caída en la concentración de la renta y la riqueza ocurrida entre 1913 y 1945. No obstante, todavía no se ha explorado el impacto que tuvieron procesos económicos clave como la industrialización o la construcción del Estado en la dispersión de los salarios.

En un trabajo en curso, que forma parte de un proyecto financiado por la Fundación Ramón Areces, abordo la desigualdad salarial en España desde principios del siglo XX. Para ello empiezo con los registros de un impuesto poco conocido de la época (la Contribución sobre las Utilidades de la Riqueza Mobiliaria, tarifa 1) que gravaba las rentas del trabajo. Este impuesto es complejo debido a que la administración, en lugar de fijar reglas uniformes para todos los asalariados, estableció distintos niveles de presión fiscal a distintos grupos de trabajadores (funcionarios, militares, empleados privados, etc.). Precisamente debido a este galimatías fiscal, las estadísticas del impuesto son una auténtica mina de datos para el historiador, ya que permiten conocer los niveles de ingresos de manera más desagregada.

Mi estimación de la desigualdad salarial se realiza en dos fases. Primero, calculo los niveles ingresos de los cuatro grupos de asalariados que aparecen en las estadísticas fiscales: funcionarios civiles de la administración del Estado, funcionarios de la administración local, oficiales del Ejército y trabajadores no manuales del sector privado. Para cada grupo, calculo el total de trabajadores, incluyendo tanto a los que aparecen en las estadísticas fiscales como aquellos que estaban exentos, y después imputo a estos últimos un salario. El segundo paso consiste en calcular los ingresos de aquellos trabajadores que nunca estuvieron sujetos al impuesto: los jornaleros agrícolas, los obreros en la industria y la construcción, empleados domésticos, etc. De esta manera, es posible estimar la desigualdad combinando todos los asalariados y, a su vez, saber el peso de cada grupo. Los cálculos son bastante prolijos y toman en cuenta las mencionadas estadísticas fiscales, los censos de población, los presupuestos del Estado (para conocer la masa salarial de los funcionarios y militares) y multitud de estudios sobre los salarios en la economía española (dos ejemplos: aquí y aquí).

El principal resultado se refleja en el gráfico 1. En términos agregados, el top 1% de los asalariados acumulaba en torno al 5,7% de la masa salarial en España. Los niveles de desigualdad variaron poco durante este periodo, descendiendo ligeramente en los años de mayor inflación (1917-1919) para después aumentar durante la década de 1920. Esta relativa estabilidad de la desigualdad salarial va acorde con los resultados disponibles para los tres países mencionados. Sin embargo, el resultado más sorprendente se refiere a la composición interna, en particular a la importancia que tenían los militares. En 1900, los oficiales representaban la mitad de los asalariados en el top 1%, y en 1930 un 17%. Esta proporción era muy superior al peso del empleo en las fuerzas armadas en el total de la población asalariada (en torno a un 3 por ciento). Además, debe tenerse en cuenta que el descenso en el peso relativo de los oficiales del Ejército fue debido a la modernización de la economía española, con el consiguiente aumento de los empleos cualificados en el sector privado (empleados de oficina, trabajadores del ferrocarril, etc.), y no tanto debido a la caída de los salarios en el Ejército.

Muchos contemporáneos y varios historiadores ya habían señalado que en España existía desde finales del siglo XIX un Ejército con un cuerpo de oficiales sobredimensionado y que percibía unas remuneraciones extraordinariamente altas. Sin embargo, hasta el momento no existían estudios que comparasen sus ingresos en relación a otros grupos de trabajadores con características similares. Con vistas a explorar la prima que percibían los oficiales del Ejército, he reunido una muestra representativa de escalafones de empleados en los tres sectores mencionados: las fuerzas armadas, la administración central del Estado y los empleados cualificados de las dos mayores empresas privadas del país (MZA y Norte). La Figura 2 refleja estos datos para el año 1900, relacionando la edad con los niveles salariales (expresados en términos logarítmicos). La conclusión básica de que a mayor edad se disfrutaba de un sueldo superior no es muy sorprendente. Lo que sí llama la atención son las diferencias entre los tres grupos que, de nuevo, sitúan a los militares como el colectivo en mejor situación. En términos más simples, los oficiales de menor graduación (los segundos tenientes) cobraban a los 20-22 años de edad unas 1.900 pesetas de sueldo anual. Con esta cantidad se situaban ya en el top 1% de los asalariados a escala nacional. El resto del escalafón (capitanes, comandantes, generales, etc.) disfrutaba de una prima proporcional en relación al resto de grupos de trabajadores con un perfil de edad similar.

El Ejército era, por tanto, “un modo de arribar velozmente a la cúspide de la sociedad”, por citar a Manuel Azaña. Sin embargo, ello no es más que una manifestación de lo complejo que resulta explicar los niveles de ingresos de los trabajadores con mayor remuneración. En particular, siempre es posible argumentar que estos trabajadores (militares, altos funcionarios, profesionales, etc.) disponen de un perfil único de capacidades y habilidades que justifican su remuneración, o, por el contrario, que se deba a una simple captura de rentas. En EEUU, un trabajo sobre los salarios de los empleados del sector financiero combina ambas perspectivas en el largo plazo. En el caso español, el análisis histórico es si cabe más arduo dado que es difícil comparar la productividad y cualificaciones de los trabajadores de la administración pública con los del sector privado. En futuras fases de esta investigación buscaré explorar estos cambios en el largo plazo, ampliando la base de datos para recoger estimaciones para la segunda mitad del siglo XIX y para el franquismo. Resulta también tentador relacionar el problema de la desigualdad con otras consideraciones políticas. Por ejemplo, la prima salarial del ejército español de la época puede vincularse con el magnífico trabajo de Álvaro La Parra Pérez que muestra cómo “las consideraciones de orden económico y profesional tuvieron un impacto significativo a la hora de influir en el bando elegido por muchos oficiales durante la Guerra Civil”.



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