martes, 14 de enero de 2020

Obesidad, anuncios y paquetes (en blanco y negro).

Empecé el año leyendo un libro titulado “Downsizing” y escrito por Tom Watson, quien hasta hace un par de meses era equivalente al vicepresidente del partido laborista británico, y también parlamentario. Era uno de los políticos que seguía más de cerca porque estaba claramente a favor de un segundo referendo sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Sin embargo, lo que me atrajo a leer su libro no fueron sus opiniones políticas, sino que en el libro relata como bajó 50 kilos en dos años, y consiguió poner su diabetes tipo 2 en remisión. Me parecía que era un logro espectacular, y me preguntaba cómo una persona sujeta a tantas presiones laborales (especialmente con el tema del Brexit en pleno apogeo) había conseguido dicho logro. Aviso que no se trata de un libro de dietas (aunque habla de las dietas que probó), ni de recetas de cocina mágicas, sino de su historia personal, su motivación, sus métodos, y los obstáculos que tuvo que superar, etc.

La última parte del libro está dedicada a las grandes multinacionales de productos alimenticios que comercializan productos tales como bebidas azucaradas, golosinas, cereales, comidas procesadas, y otros productos no saludables. Entre otras cosas habla de los importantes esfuerzos de presión política que hacen estas grandes multinacionales para influir en la regulación de estos productos, y sobre sus intentos de encuadrar el debate sobre obesidad y diabetes en términos de insuficiente ejercicio físico en lugar del excesivo consumo de productos no saludables. Su perspectiva es que el consumo prolongado de productos ricos en azúcar es adictivo, y que la industria se las arregla para hacernos adictos a la azúcar.

Desde un punto de vista práctico, el libro aboga por una regulación mucho más estricta de los productos alimenticios poco saludables, incluyendo su publicidad y su empaquetado, y sobre todo de aquellos dedicados a niños y jóvenes, pues en estas edades se forman muchos de nuestros hábitos alimenticios. Pide que se prohíba que las compañías que producen dichos productos promocionen eventos deportivos, para que no se asocien dichos productos con el ejercicio físico y con cosas saludables. También aboga para que se prohíba los anuncios de comida basura tanto en la televisión como en carteles callejeros, y para que se revise el empaquetado de ciertos productos ricos en azúcar, por ejemplo, que en los cartones de cereales no haya elementos que atraigan la atención de los niños (caracteres de dibujos animados, etc.).

Sin lugar a dudas son propuestas bastantes estrictas desde el punto de vista regulatorio, que no son fáciles de implementar, y que suponen un grado de intervención en el mercado muy importante. Además, todos los productos tienen una etiqueta de información nutricional que nos informa de la cantidad de carbohidratos, grasas, proteínas, etc. Claro está, que la escala del problema es fenomenal. El problema de la obesidad y la diabetes tipo 2 son alarmantes, tanto en España como en el Reino Unido, y ya Manuel en esta entrada como Cristina, Judit y Sergi en esta otra entrada nos han resumido la escala del problema.

En el blog ya hemos analizado algunas de las políticas para atacar el problema. Una de las más comunes es el impuesto a las bebidas azucaradas. Judit nos habló en esta entrada sobre su aplicación en Cataluña, y Beatriz nos alertó en esta entrada sobre la subvención que proporciona el Régimen Específico de Abastecimiento de Canarias a ciertos productos poco saludables. Por ello decidí centrarme en las políticas sobre etiquetado y publicidad que menciona Tom Watson en su libro. Algunas de las políticas son tan radicales que no va a haber evidencia directa al respecto, pero pensé que intentaría centrarme en lo más parecido que pudiera encontrar.

Antes de abordar propuestas, necesitamos hablar sobre por qué hemos de intervenir en este mercado. El argumento más convencional es que la obesidad y la diabetes producen una externalidad negativa (veáse por ejemplo este estudio del NBER), o por problemas de “self-control,” veáse este otro estudio por ejemplo. Tom Watson también plantea la idea que la azúcar sea adictiva. He de confesar que al respecto no sé nada, pero encontré este trabajo de profesores de psicología de la Universidad de Princeton que han hecho experimentos con ratas, que fueron alimentadas con azúcar, y que después de cierto tiempo las ratas mostraron claros síntomas de adicción, tanto en su comportamiento como cambios químicos en el cerebro. Si esto se traslada a las personas, obviamente no tengo ni idea, pero la posibilidad desde luego existe. Según Tom Watson, una investigación llevada a cabo por Michael Moss, periodista galardonado con el premio Pulitzer, revela que las grandes compañías han descubierto por medio de imágenes que el cerebro reacciona de la misma manera al azúcar que a la cocaína (tampoco sé muy bien qué quiere decir esto, pero no suena bien).

Una de las propuestas de política es la de prohibir los anuncios de productos alimenticios poco saludables. Este artículo de Pierre Dubois, Rachel Griffith, y Martin O’Connell estiman un modelo de oferta y demanda de productos diferenciados para el mercado de papas fritas, en el que incorporan publicidad en televisión. Sus datos son muy ricos porque combinan datos de panel sobre compra de productos por hogar, con datos detallados sobre cuándo los hogares ven la televisión, y qué anuncios han puesto. Encuentran que los anuncios funcionan: la publicidad por televisión aumenta la cantidad vendida de papas fritas (incluso atrae a nuevos consumidores y favorece que se compren paquetes más grandes), disminuye la sensibilidad de los consumidores a los precios, y baja la disposición a pagar por productos más saludables.

Lo más interesante del artículo es que simulan el efecto de una prohibición total de anuncios de papas fritas, y los efectos son bastante complejos. Si los precios se mantuvieran fijos, la cantidad vendida de papas fritas bajaría un 15%. Pero lo que pasa (según la simulación) es que las empresas no mantienen los precios fijos, sino que bajan sus precios para compensar por no poder hacer anuncios publicitarios. Esto hace que el efecto final sea solo de una bajada del 10% en la cantidad vendida de papas fritas. Otro factor que disminuye el efecto de la política sobre la ingesta nutricional es que los consumidores aumentan el consumo de otros productos no saludables (también aumentan el consumo de productos saludables, pero en menor medida). Este análisis sugiere que, para maximizar el impacto de una prohibición de anuncios publicitarios de productos alimenticios poco saludables, la prohibición ha de ser amplia (es decir, abarcar cuantos más tipos de productos mejor) y que vaya de la mano de un impuesto para que el precio no sea menor que en el caso sin regulación.

Otros dos aspectos que son interesantes sobre la política, y que los autores no analizan en el artículo, aunque lo mencionan en otros de sus trabajos, es que las empresas posiblemente reaccionen cambiando la composición de sus productos (bajando la cantidad de azúcar y/o grasas) para salir de la lista de productos prohibidos. El efecto de la política también será muy heterogéneo porque hay hogares que ven mucha más televisión que otros, y será sobre los que ven mucha televisión que el impacto de la política será mayor.

Una política un tanto más limitada podría ser prohibir los anuncios en TV de productos alimenticios poco saludables hasta cierta hora de la noche (en el Reino Unido se platea las nueve), para disminuir el número de anuncios de dichos productos que ven los niños. Este otro estudio del Institute for Fiscal Studies calcula que la mitad de anuncios de televisión que ven los niños británicos fueron de productos alimenticios no saludables, o de bares y restaurantes (la mayoría de comida rápida). Y eso que desde el 2007 está prohibido mostrar este tipo de anuncio durante programas infantiles, pero los niños ven mucha televisión que no son programas infantiles. Por lo tanto, esta política más limitada también podría ser efectiva.

Una propuesta que me pareció muy interesante es la de regular el empaquetado de productos no saludables dedicados a niños, para que no les resulte atractivo. Por ejemplo, es común que los paquetes de cereales de desayuno (muchos de los cuales tienen mucha azúcar) tengan caracteres infantiles. Tom Watson no plantea ningún diseño específico, pero yo me he imaginado paquetes blancos, con letras (y si quieren dibujos) en negro. Se me ocurre también que los paquetes puedan traer un dosificador para que se vea que los 30 ó 40 gramos que suele ser la porción especificada en la etiqueta nutricional es más bien poco.

Sobre el efecto de este tipo de regulación en el empaquetado de productos alimenticios, no conozco estudios que nos puedan ayudar a tomar una decisión informada. Además, como en el caso de los anuncios, las empresas podrían reaccionar mejorando la composición de los productos (lo cual sería bueno) y bajando los precios (aunque esto último se podría contrarrestar con impuestos específicos). Pero la pregunta que he tenido en la mente desde que acabé el libro es, si lo hemos hecho con el tabaco ¿por qué no lo hacemos con los productos alimenticios poco saludables?



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