jueves, 12 de marzo de 2020

Economía de tiempos de pandemia

Antonia Díaz y Luis Puch

La muerte en Samarkanda (Pedro Espinosa y César Galiano) 

Un evento tan trágico e inesperado como el rápido contagio de miles de personas en todo el mundo (y, desgraciadamente, la muerte de muchos, ¡terrible!) está consiguiendo que nuestras economías se tambaleen. Los acontecimientos se desarrollan con tal rapidez que las cifras de afectados van cambiando hora a hora. La OMS ya ha anunciado que nos enfrentamos a una pandemia. Sin inmunización previa, ni vacunas ni retrovirales, por el momento, nuestra única forma de prevención es mucha higiene, y más responsabilidad aún para evitar los contagios.

Este es un caso donde hay una clarísima externalidad negativa y donde la coordinación en las respuestas, gestionada por los poderes públicos, es imprescindible para poder salir de esta crisis económica, que ya está aquí. Actualmente nuestros gobiernos están tomando medidas severas para prevenir contagios (teletrabajo, limitación de la posibilidad de viajar, prohibición de aglomeraciones). El objetivo fundamental, como tanto se está insistiendo desde la Administración Pública y los medios de comunicación, es que el sistema de Sanidad no colapse: para ello, el flujo de infectados en un momento dado no puede ser desorbitado. De ahí la necesidad de observar estrictamente las medidas de prevención, aislamiento y distancia social. Por ejemplo, la estrategia de Corea del Sur para monitorizar a los potenciales enfermos vía App a la vez que haciendo chequeos masivos a la población en espacios públicos abiertos habilitados al efecto, en vez de casa por casa o en hospitales y, con ello mitigar contagios y colapsos, ha sido tremendamente exitosa. Deberíamos aprender de ellos. En cualquier caso, la distancia social es fundamental para disminuir la tasa de crecimiento de los contagios.

Esta crisis nos está recordando que nuestra sociedad, tan individualista, está más interconectada que nunca. Nuestra vida de ocio y cultural, a pesar de las plataformas digitales, sigue siendo fundamentalmente social: cines, conciertos, museos, estadios. ¡Iglesias! Incluso la forma en que ha cambiado el sector servicios, con grandes centros comerciales a los que acuden miles de personas, favorece el contagio masivo. El turismo es un excelente mecanismo de propagación. El que podamos estar en menos de cuatro horas en Berlín, París, Viena, Milán, facilita inmensamente la infección. A pesar de las impresoras 3D, aún la producción de manufacturas sigue haciéndose en plantas donde muchas personas trabajan codo con codo. En suma, la especialización productiva y los rendimientos crecientes a escala (sin tener en cuenta la huella climática, pero esa es otra cuestión), con todos sus beneficios, nos agrupan, nos interconectan. Nos hacen a todos más vulnerables a lo que le ocurra a cada uno de nosotros.

Pues bien, aquello que tenemos que hacer para limitar que la infección se expanda implica, necesariamente, una ralentización económica. Una cuestión muy importante es cuánto tiempo tenemos que mantener estas medidas disruptivas de la actividad económica. No lo sabemos, aunque hay algunas estimaciones al respecto de las que se hablará en otro post. Unas semanas de interrupción en un sector tan estacional como el turismo, abre un roto importante en nuestra economía. Si el shock pandémico es finalmente transitorio afectará mucho a una parte relativamente pequeña de la economía. Si fuera este el caso, el pánico observado en los mercados estos días convierte a los responsables del mismo en auténticos irresponsables. Si, por el contrario, los efectos del shock son duraderos, la acción pública es determinante.

La cuestión es que, por prevención, para no exponernos al contagio, o porque ya estemos enfermos, ni podemos producir ni podemos consumir. Al no poder producir ni consumir no se puede vender ni generar beneficios. Las empresas, lógicamente, quieren despedir trabajadores para reducir costes. Los plazos de los créditos vencen aunque no se pueda trabajar. Los alquileres hay que pagarlos. No solo eso; cuando la economía real está paralizada, la economía financiera carece de ancla real (los beneficios de las empresas cotizadas) y se mueve exclusivamente por expectativas, que en estos tiempos pueden ser delirantes. De ahí que la Bolsa de Nueva York suspendiera temporalmente la cotización y que ese cierre aguara el festín de pánico que se estaban dando los bajistas.

Y, finalmente, la cuestión es qué hacer. La respuesta la llamamos los economistas risk sharing. Podría parecer que este shock es de naturaleza sistémica, y en parte lo es. Sin embargo, este shock afecta de manera distinta a distintos sectores: pensemos en los sectores de la alimentación o de las telecomunicaciones frente a la hostelería y el transporte aéreo. Más aún, afecta distinto a deudores y a prestamistas, a los dueños de grandes empresas frente al dueño de una pyme, o al trabajador de un banco y a un funcionario frente al trabajador de un centro comercial. Risk sharing es solidaridad: hoy por ti y mañana por mí. El refrán popular nos dice que el risk sharing, por propia naturaleza, es dinámico. Nos conviene que no haya pérdidas de tejido productivo aunque el virus no nos afecte directamente hoy. Se trata de solidaridad pecuniaria, claro, que es la que importa. Queremos enfatizar lo dicho arriba: esta es una crisis generada por una enfermedad contagiosa, es una externalidad negativa. Por tanto, las acciones de los agentes privados, dirigidas a maximizar beneficios, no van a internalizar el coste social de esas acciones. En una situación de este tipo cada ciudadano o empresa se enfrenta a un “dilema del prisionero”. La Teoría Económica nos dice que, en ausencia de coordinación, cuando la acción de cada agente tiene consecuencias sobre el otro, la asignación de equilibrio es ineficiente porque los agentes maximizadores de beneficios no cooperan. El dilema del prisionero muestra que esos mismos ciudadanos estarían mejor si alguien les sometiera a coordinación. Y, aunque sea de Perogrullo, la Administración Pública debe coordinar. Debe liderar. Tanto más cuanta más artillería tiene.

La primera medida es que toda la información sobre la enfermedad debe estar accesible de forma centralizada y sencilla para los ciudadanos. Los que enferman y los que sanan. Eso solo puede hacerlo el Ministerio de Sanidad. Luz y taquígrafos es la mejor medicina contra el miedo y las conductas de pánico (las escenas de gente comprando compulsivamente papel higiénico y pasta son el equivalente sanitario de un pánico bancario). Todo el sistema sanitario, público y privado, debe estar al servicio de contener la pandemia. Las compañías sanitarias privadas deben ceder sus hospitales y camas a la Sanidad Pública, así como hacer chequeos gratuitos (ya se verá si la Administración, --es decir, todos-- puede compensarles). Idealmente, nos gustaría copiar el sistema de tests diagnósticos masivos de Corea del Sur, pero lleva tiempo. Como hace Corea del Sur, hay que racionar la compra de mascarillas por parte de los ciudadanos. También hay que limitar su precio. Son artículos de primerísima necesidad hasta que termine esta emergencia. No se puede hacer negocio con la enfermedad. Simultáneamente, hay que contratar a más profesionales, es una emergencia. La prioridad es sostener el sistema sanitario.

La segunda medida fundamental, al menos desde la óptica de los economistas, es sostener la producción. Antes de cerrar los servicios, como en Lombardía, puede explorarse subir el IVA, temporalmente, a aquellas actividades que lleven a la aglomeración y así desincentivar su consumo (tanto más justificado cuanto menos populares sean dichas actividades). El gobierno ya está tomando medidas asimilando las cuarentenas a bajas por accidentes laborales. Pero hay que tener un plan global. Para ello debe estar muy claro que esta no es una crisis como en 2008. Esta crisis se debe a que tenemos que paralizar la economía real para frenar los contagios. Y mientras que la economía real esté parada, la economía financiera no puede seguir al albur de las expectativas. Aunque la economía financiera no tuvo disciplina en el 2008 nos parece que este, sin duda, es el momento para que la tenga y, para que quien tiene la autoridad para exigírsela, lo haga.

Debemos tener claro que esta es una crisis de liquidez. Cuando una buena parte del país echa el cierre en agosto no pasa nada. Y no pasa nada porque es algo planificado. Coordinado. Esta crisis no es un desastre natural. No se incendian los bosques, la fuerza del agua no se traga las carreteras, no se caen las viviendas ni las factorías por un terremoto.  Nuestro potencial productivo sigue intacto. Las muertes, aunque todas trágicas, no amenazan nuestra economía. Es la conjunción de parálisis productiva e hiperactividad financiera lo que amenaza la economía si no hay coordinación. Hay que contener la economía financiera mientras que la real no se recupere. Mientras que la pandemia no se controle, la mayoría de actividades financieras y decisiones de empleo deben ser supervisadas.

Hay que hacer una moratoria financiera para los sectores más golpeados por las medidas encaminadas a frenar el contagio. Nos referimos a los sectores de turismo, comercio (presencial, no online), transporte aéreo… Se trata de una moratoria para las decisiones de despido, para los vencimientos de todo tipo de créditos (en las empresas pequeñas y medianas, especialmente). Los bancos deben extender los créditos que puedan vencer en los próximos tres meses, por ejemplo, de acuerdo con la previsión actual de efectos. Hay que abrir líneas de crédito a las empresas bajo la condición de que no despidan a trabajadores y en función del Impuesto sobre Sociedades que hayan venido pagando, o que vayan a pagar en el futuro gracias a las ayudas. La crisis financiera debería haber servido para completar mercados; es decir, para contribuir a mejorar las condiciones en las que los órganos supervisores y la Justicia distinguen la mala suerte (el shock) de la mala fe. Lamentablemente, en este asunto no parece que se haya avanzado demasiado, por lo que lo más prioritario puede ser no convertir “ayudas justificadas” en un “free lunch.” Pero sí, se trata de evitar las quiebras.

Los tipos de interés no deben subir. Los sindicatos y la patronal deben actuar. Los agentes sociales tienen que sentarse y decidir para cada tipo de empresa cuál es la mejor solución. Hoy ha aparecido una primera propuesta. Nosotros creemos que, si las empresas pueden mantener las nóminas, deben hacerlo y lo que no se trabaje ahora se puede devolver en el futuro. Como siempre, las empresas grandes serán capaces de resistir mejor el envite. Hay que aguantar el empleo en las pequeñas y medianas empresas. Hay que imponer una moratoria a los desahucios, a los vencimientos de préstamos a las familias y asistir a los más vulnerables. Hay que decidir, en fin, cuál puede ser la contribución del Sector Público, y con ello, de los empleados públicos, para sostener al Sector Privado. Siempre empezando por los que parten en posición más favorecida. Las medidas que acaba de anunciar el Presidente del Gobierno (hoy, jueves 12 de marzo) van en esta dirección pero aún nos parecen tímidas.

Hay que pedir a la Comisión Nacional del Mercado de Valores y al Banco de España que vigilen a la Bolsa y al sector financiero para evitar episodios de “depresión irracional” como hizo la Bolsa de Nueva York. En concreto, hay que limitar las “ventas en corto” (préstame tus acciones –ayer, que te las devuelvo mañana cuando valgan la mitad), y evitar que los tiburones financieros hagan caja a costa de las primas de riesgo cuando, con buenas palabras, el Eurogrupo relaje los requisitos de límite de déficit. Esto es fundamental.

Todas estas medidas necesitan liquidez. Las medidas que acaba de anunciar el gobierno, con la moratoria en el pago de impuestos anunciada, necesariamente van a afectar a las cuentas públicas. Hay que pedir una moratoria a la EU para cumplir la regla del déficit. El Banco Central Europeo debe facilitar la liquidez necesaria para que los gobiernos de cada país puedan actuar sobre los sectores productivos más perjudicados por la crisis. Roberto Perli en Twitter hace un listado muy interesante de medidas que el BCE puede llevar a cabo. En particular, queremos resaltar la propuesta de dar avales a las pequeñas y medianas empresas para obtener líneas de créditos. Como indica Roberto Perli, necesitamos un “Quantitative Easing”, pero este debe ser selectivo porque no todos los sectores productivos están igualmente afectados. Recordemos que es el tejido productivo lo que está en peligro, no el sistema financiero. Y lo necesitamos ya.

¿Qué podemos hacer sin contar con la UE? Las declaraciones recientes de Lagarde diciendo que no van a tocar los tipos son muy elocuentes: le pasa la patata caliente a los gobiernos y a la política fiscal para evitar que aumenten las primas de riesgo. Pero la UE se niega a la actuación fiscal conjunta por ahora.  Mientras que escribimos este post ha saltado la noticia de que España, en la persona de la vicepresidenta Nadia Calviño, ha rechazado el plan que pedían Francia e Italia de estímulos fiscales argumentando que el Banco Europeo de inversiones puede canalizar las ayudas necesarias en estos momentos. Sería bueno que el Gobierno explicara su posición para saber a qué atenernos, pero todo apunta a que se está jugando una partida complicada. El FMI nos recomienda subir impuestos. Tendremos que hacerlo. En particular, hay que subir impuestos a las grandes empresas (que disponen de más colateral para vadear la pandemia), algunas en sectores que pueden salir incluso beneficiados de esta crisis. Es el momento, por ejemplo, de gravar a las grandes tecnológicas. Y hay que hacerlo ya. Existen dos razones poderosas para pedirles que paguen más impuestos. La primera es que esta pandemia afecta a sus competidores más que a ellos. Casi nadie puede ir al cine (bueno para Netflix). Nadie quiere ir a un centro comercial a comprar (bueno para Amazon). Es decir, el coronavirus es un arma de competencia desleal. Las grandes tecnológicas deben contribuir por ese maná que reciben en estos tiempos de pandemia. La segunda razón es que su posición dominante es tal, que impiden la competencia de manera expedita al comprarse a quien se atreve a asomar la nariz por su mercado (digital, claro). Es una cuestión de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (¿europea? ¿mundial?). Hay que pedirles su colaboración. Y dedicar esos recursos a aumentar los ingresos del Estado.

En definitiva, hay que actuar con rapidez y determinación. Hay que convencer a todos los socios de la Unión Europea para llevar a cabo una respuesta coordinada, pero sin dejar de actuar en los mercados mientras tanto. Hay que convencerles que hay que hacer risk sharing. Hay que convencerles de que todos ganamos. Porque si no lo hacemos, nuestra confianza en la Unión Europea se hundirá. Y una institución no puede sobrevivir sin la confianza de sus ciudadanos. Sabremos si llegamos tarde mirando lo que ocurra en Italia.



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